Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 93. ¡ABSALON, ABSALON¡ / WILLIAM FAULKNER


Desde poco después de las dos de la tarde y hasta casi la puesta del sol de aquella larga, aquietada, calurosa y cansina tarde de septiembre, estuvieron sentados en lo que la señorita Coldfield seguía llamando el despacho porque así lo había llamado su padre, una estancia mal iluminada, calurosa, sin ventilación, con las persianas cerradas, afianzadas desde cuarenta y tres veranos antes, porque cuando era niña alguien supuso y le hizo creer que la luz y el aire en movimiento esparcían el calor, y que la penumbra siempre era más fresca, y que ( a medida que el sol pegaba con más fuera por ese lado de la casa, que daba a poniente) se tornaba un enrejado de rayos de luz sesgados, cuajados de motas de polvo que a Quentin le parecían partículas de pintura vieja y seca que hubieran entrado al desprenderse de las persianas descamadas tal como el viento pudiera haberlas arrastrado. Había un emperrado del glicinia que ese verano había florecido por segunda vez sobre un espaldar de madera ante una de las ventanas, en el cual se posaban y echaban a volar los gorriones a rachas, al azar, emitiendo un vívido y polvoriento susurro antes de levantar el vuelo; frente a Quentin, la señorita Coldfiels con su luto
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