La primera vez pensó que era un descuido. Tal vez al pagar el desayuno le dieron mal el cambio, o se le cayó un billete al sacar el dinero. La segunda vez se dijo que no podía ser un desuido. Rapsó los gastos que había tenido desde que la mañana anterios sacase dinero del cajero automático. No cuadraban las cuentas, faltaban 20 euros. La tercera vez pensó en un robo en la oficina. Solía dejar el bolso colgado del respaldo de la silla cuando iba al baño, o mientras estaba reunida en otro despacho. No era difícil que alguien se acercara y aprovechando su ausencia metiese la mano, sacase la cartera y tomase un billete, con la precaución de no llevarse todo el dinero, calculando la cantidad para que no se notase la ausencia de lo sustraído. No tenía motivos para sospechar de nadie, aunque había compañeros que apenas conocía, la movilidad laboral era alta, la gente duraba poco en aquella empresa, lo que añadía el desapego y resentimiento necesarios para que alguien decidiese robar en su lugar de trabajo. Pero hoy, ya la cuarta vez, sara tiene la seguridad de que no ha sido en la oficina donde le han quitado el dinero que echa de menos. No ha pisado el despacho en todo el día, dedicada a llevar papeles a varias direcciones, desplazamientos
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