YO TENIA UN ENEMIGO.
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En realidad nada habría ocurrido si no nos hubieran dado aquel consejo tan realista.
-Alejaos del viejo porque está loco y cree que es el emperador de Abisinia.
No sólo no hicimos ni caso del consejo sino que éste reforzó la curiosidad que no sinspiraba el extravagante viejo que, paseando por aquella Niza de tibio sol invernal, gesticulaba teatralmente y daba órdenes a sus familiares, a los que confundía con los príncipes y ministros de su corte imperial.
Fuimos estrechando el cerco en torno al viejo, y así un día supimos que se llamaba Yazalde y que era un argentino de incalculable fortuna, al que sus herderos, con tal de no contrariarle, permitían todo tipo de rarezas y caprichos. Y pronto, bien pronto, un sol invernal, que ahora empapa lietralmente mi memoria, fue el silencioso testigo de nuestra primera toma de contacto con aquel viejo tan singulra que vestía trajes de su invención, de entre los que destacaba un vestido de gala compuesto de pantalones circenses, casaca roja de corte militar y botones dorados; en el cuello tres cruces bordadas y su nombre y rango: Martín Yazalde, emperador de Abisinia.
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