Pues resulta que JM es pop y yo sin enterarme...
Respuesta (y nuevas preguntas)
No me cabe duda de que algunos lectores habrán adivinado ya que el texto A es el segundo libro de cuentos de Javier Marías, Cuando fui mortal (1996), y el texto B es la quinta novela de Ray Loriga, El hombre que inventó Maniatan (2004). El libro pop de Marías se integra en una vertiente particular de la cultura de masas: la literaria, que tiene medios y modos de difusión que van desde una sección de El País Semanal hasta el aparato de distribución y propaganda de su editorial; el libro de Loriga, que es una manifestación peculiar de alta cultura, tiene que ver con una presentación pública de autor que usa algunos recursos de la mercadotecnia literaria, a todas luces mucho más modestos y limitados que el anterior. Como he tratado de demostrar, la cuestión no se reduce a quién vende más o quién ha tenido más fortuna con las agente literarias: estos dos factores son posteriores y derivados respecto de una concepción de la literatura que, en el primer caso, es pop y mainstream –aunque el carácter denotativo de su autor y de sus referentes le hagan pasar por alta cultura-, y en el segundo es afterpop –aunque la percepción usual de su autor y de sus referentes la haga pasar por pop expresivo. Me importa subrayar que lo que acabo de hacer es un comentario técnico y no un acto de crítica evaluativa: no he dicho, ni he dado a entender, qué libro me parece mejor, y no he arrojado a Loriga contra Marías. Lo que me preocupa es un asunto bien distinto, y a fe mí más trascendente que los goces o disgustos privados: ¿cómo se explica que el discurso crítico, publicitario y académico sobre marías siempre ponga en primer lugar nombres como “Marcel Proust” o “Henry James” y nunca el de Marshall Maculan, y en cambio la literatura descriptiva sobre Loriga hable de “pop neoyorkino” y “joven norteamericano” y nunca de metaficciónn crítica? ¿No es la recepción más usual de estos textos, y de otros que podrían mencionarse, una reescritura que les hace decir, en el sentido en que Eco definía la sobrelectura, “algo que manifiestamente no dicen” ¿Quién hace esa sobrelectura y quién la difunde?
En: Eloy Fernández Porta: Afterpop: la literatura de la implosión mediática, p. 21
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