Filek, Martínez de Pisón, p. 101
Entre ellos abundaban los derechistas, incluidos muchos militares. La toma de la capital parecía ser cuestión de horas. Para evitar que esos reclusos, una vez libres, se sumaran al enemigo, se decidió su evacuación. La labor de clasificación de los presos de la Modelo por su «peligrosidad», llevada a cabo por miembros del Comité Provincial de Investigación Pública (CPIP) con la colaboración de un par de chivatos, se prolongó hasta la tarde del día 7. Después unos milicianos fueron pasando ante las celdas y leyendo en voz alta los nombres que figuraban en las listas. A los elegidos se les ataron las manos y se les agrupó en el patio. Luego se les hizo subir en unos autobuses de dos pisos, al estilo londinense, utilizados habitualmente para el servicio regular. Al poco de salir de Madrid, esos autobuses abandonaron la carretera para desviarse hacia unos cerros. Allí los presos fueron puestos en fila y fusilados mientras los vehículos regresaban en busca de nuevas víctimas. Se hizo todo deprisa y corriendo, sin entretenerse en enterrar a los muertos, y los desdichados que iban siendo conducidos en sucesivas tandas se encontraban con los cadáveres amontonados de las tandas precedentes. Finalmente se obligó a los vecinos del pueblo más próximo, Paracuellos de Jarama, a cavar unas grandes zanjas en las que sepultarlos a todos. Cuando se produjeron las matanzas, el máximo responsable de las cárceles madrileñas era Santiago Carrillo, quien con sólo veintiún años acababa de hacerse cargo de la consejería de Orden Público en la recién creada Junta de Defensa. Carrillo negó siempre cualquier relación con los hechos, lo que, a juicio de los especialistas, carece de toda credibilidad.
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