El factor Borges, Alan Pauls, p. 103
Después de vapulear al «escritor
Borges», Doll arremete contra Discusión, el libro de ensayos que Borges ha
publicado un año antes. «Esos artículos, bibliográficos por su intención o por
su contenido», escribe, «pertenecen a ese género de literatura parasitaria que
consiste en repetir mal cosas que otros han dicho bien; o en dar por inédito a
Don Quijote de la Mancha y Martín Fierro, e imprimir de esas obras páginas
enteras; o en hacerse el que a él le interesa averiguar un punto cualquiera y
con aire cándido va agregando opiniones de otros, pata que vea que no, que él
no es un unilateral, que es respetuoso de todas las ideas (y es que así se va
haciendo el artículo).» Doll está escandalizado, sí, pero su escándalo no tiene
por qué empañar la atención, la nitidez con que busca incriminar a su presa.
Dejando de lado los acentos morales -tan típicos de la profilaxis policial-, los
cargos que levanta contra Borges suenan particularmente atinados. (Tan
atinados, en realidad, que resultan redundantes: Borges, adelantándose a su
perseguidor, a menudo los confiesa espontáneamente en el mismo libro por el que
lo acusan.) Borges, según Doll, abusa de las cosas ajenas: repite y degrada lo
que repite: no sólo reproduce textos de otros sino que lo hace inmoderadamente,
corno si nunca hubieran sido publicados; asume una actitud «tolerante» sólo a
modo de pose, como un ardid para legitimar moralmente algo que tal vez sea un
vicio (la pereza) o un delito (el plagio). Difícil encontrar, para resumir esas
imputaciones, una carátula más gráfica que la que elige Doll: parasitismo,
literatura parasitaria. Es muy probable que Borges, contra toda expectativa de
Doll, no la haya desaprobado. Con la astucia y el sentido de la economía de los
grandes inadaptados, que reciclan los golpes del enemigo para fortalecer los
propios, Borges no rechaza la condena sino que la convierte en un programa
artístico propio.
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