Comienzo
Primero llega la muerte y después
el duelo, la desolación infinita.
Casi siempre acompañada de dolor,
así como de la pena y la tristeza más absolutas, de desconcierto, incredulidad,
consejos y opiniones. También de intentos de consuelo, sin excepción destinados
al fracaso.
Nada nos prepara para la pérdida,
menos aún para una devastadora, por más que la razón nos diga que es una
posibilidad. Y la realidad es que, si llega, no sabemos cómo enfrentarla.
No hablo ya de esa avalancha de
decisiones sobre féretros o urnas, flores, sepulcros, sepelios, trámites que se
nos echa encima en cuanto se produce el fallecimiento, en medio de nuestra alienación
y muchas veces de nuestro agotamiento, físico y emocional, tras el tiempo de agonía
de quien se nos ha muerto. Hablo de cómo volver a transitar por la vida después
de la conmoción y los días de gracia.
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