Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 1.497. SUEÑO CREPUSCULAR / EDITH WHARTON


La señorita Bruss, la perfecta secretaria, recibió a Nona Manford en la puerta del gabinete materno («el despacho», lo llamaban los hijos de la señora Manford) con un gesto de rechazo de lo más amable.

- Ya sabes que le gustaría verte, querida, tu madre siempre quiere verte -alegó Maisie Bruss, en un tono engolado y aguzado por el uso constante del teléfono.

La señorita Bruss, al servicio de la señora Manford desde poco después del segundo matrimonio de ésta, conocía a Nona desde que era una niña, y tenía el privilegio, incluso ahora que carecía de autoridad sobre ella, de tratarla con cierta benevolente familiaridad; la benevolencia era una característica de la familia Manford.

-Pero mira su agenda, iy sólo para esta mañana! -continuó diciéndole la secretaria, al tiempo que le tendía un bloc alargado con el reverso y la parte superior de tafilete, en el que estaba escrito con anodina caligrafla de secretaria: «7:30: elevación mental; 7:45: desayuno; 8:00: psicoanálisis; 8:15: ver a la cocinera; 8:30: meditación silenciosa; 8:45: masaje facial; 9:00: el hombre de las miniaturas persas; 9:15: correspondencia; 9:30: repaso manicura; 9:45: sesión de ejercicios eurítmicos; 10:00: ondulación del cabello; 10:15: posar para el busto; 10:30: recibir a la delegación para el Día de la Madre; 11:00: lección de baile; 11:30: comité de Control de la Natalidad en casa ... ».


LA NOVELA,2


Autobiografía de papel, Félix de Azúa, p. 95

La gente de mi generación aún tuvo la suerte de aprender con maestros, a la manera de los antiguos artesanos que entraban en los talleres (pagando) para observar cómo trabajaban los expertos. Mío y de mis amigos fue Benet maestro consciente, voluntarioso y gratuito. Peor que gratuito: le desvalijábamos el bar y la cocina cada vez que nos reuníamos en su casa, en confusa mezcla de hijos, discípulos e invitados de alcurnia a veces con esposas. Ejercía de maestro con plena conciencia y gran teatralidad. Nos llamaba siempre por el apellido y nunca mostró la menor debilidad, sentimentalismo o cobardía. Destruyó una por una, con argumentos implacables y retórica ciceroniana, todas nuestras novelas, menos la primera de Marías.

Nos enseñó cosas esenciales para un novelista adolescente. No sólo con qué gesticulación se debe preparar la primera bebida de la noche, cómo se cuenta una misma historia diez o doce veces sin que parezca la misma, cuáles son los ridículos imperdonables en cualquier escritor español y quién los comete con mayor frecuencia, qué libros hay que evitar como si fueran la lepra, cuál es la carretera con menos socavones de la provincia de Madrid, cómo actúa un revisor de la Renfe al abrir el camarín a las cinco de la madrugada, cuál era el único novelista aceptable de la Francia contemporánea y por qué tampoco había que leerlo, en fin, cuestiones fundamentales, porque la enseñanza verdadera, como en los talleres medievales, no es la materia misma del arte ( eso se aprende mirando con atención una y otra vez) sino el modo de ser, la vestimenta, el trato social, la música favorita, el comportamiento, la actitud moral del artista, vaya. La enseñanza principal de un maestro ha de ser tanto moral como física, porque la relación del artista con su obra es, además de moral, una relación indudablemente física.


LA MERCANCIA


Autobiografía de papel, Félix de Azúa, p. 74

Las novelas, como las enciclopedias antes de internet y como los libros de texto negociados con los gobiernos, son la rica base nutricia del mundo del libro, sus mercancías más populares. Todos creemos saber lo que es una mercancía, sin embargo el concepto ha variado de tal manera desde los tiempos de Marx que debe aclararse alguna de sus oscuridades.

Para la economía clásica una mercancía es un producto del trabajo, generalmente en forma de objeto con valor de uso y que, producido para el intercambio, encuentra un precio final en el mercado. Su ampliación, a partir de Marx, incluía, dentro del conjunto de mercancías, la fuerza de trabajo y otros entes inmateriales. En la actualidad es mercancía prácticamente todo. Quiero decir que yo soy una mercancía, es más, soy varias mercancías: mi hígado, mi corazón, mis riñones tienen precio y son bienes mercantiles de los que hay incluso redes de contrabando. También lo es el semen de los donantes que luego fertilizará a las mujeres con problemas de concepción y seguramente podríamos decir, sin levantar ampollas, que una criatura engendrada in vitro es una mercancía industrial.


LEOPOLDO MARIA PANERO


Autobiografía de papel, Félix de Azúa, p. 36

De hecho había comenzado también el romanticismo hippie y el mediocre Jack Kerouac provocaba espasmos: todo el mundo quería vivir on the road. En esa opción extrema sólo Leopoldo Panero llegó a consumirse hasta acabar encerrado de por vida en un manicomio. Aún ahora (y lo conocí mucho y durante muchos años) no sabría decir si fue la testarudez voluntariosa de la poesía lo que le llevó a la locura verdadera, o si ya estaba todo decidido de antemano. Panero es un caso extraordinario de cómo un joven autodidacta en aquella sociedad desértica podía, sin embargo, llegar a leerlo todo, Lacan, Deleuze, Pound, claro, pero también Frances Yates, Nostradamus (uno de sus favoritos) o Agrippa d'Aubigné. O sea, todo.

Panero ha sido el más acabado ejemplo de cómo algunas de las teorías más avanzadas de la época podían convertirse en trampas mortales para quienes ya venían inclinados a la autodestrucción desde la cuna. Bataille, Blanchot, Barthes, Foucault habían puesto en claro el valor de las voces externas a la sociedad: los locos, los enfermos, los parricidas, los marginados, los salvajes y los excéntricos. Fue entonces cuando se reivindicó de tal modo a los locos como ciudadanos de peculiar valía que en algunos hospitales italianos, allí donde tenía predicamento un orate llamado Battaglia, los soltaron y no volvieron a encerrarlos hasta que el índice de criminalidad dio un salto vertiginoso. La voz de los salvajes, de los primitivos, de los locos, un invento de la Sezession alemana y de los surrealistas, llegó a su paroxismo en estas fechas y comenzó su declive cuando Althusser, uno de sus defensores desde el marxismo-lacanísmo, asesinó a su mujer a martillazos, Deleuze se mató tirándose por la ventana y Foucault murió de sida jurando que era un invento del Pentágono para oprimir a los homosexuales.


BENETIANA


Autobiografía de papel, Félix de Azúa, p. 87

Para los de mi grupo, sin embargo, no cabía duda de que el único escritor que se saltaba todas las convenciones artísticas en la España de los años sesenta era Benet, junto con alguien que de un modo igualmente heterodoxo debía ser adscrito a la vanguardia, muy a su pesar, Rafael Sánchez Ferlosio.

Que Benet tenía una idea muy clara de sus propósitos literarios puede constatarse en su ensayo La inspírací6n y el estilo (1966), una de las más lúcidas e imprescindibles reflexiones sobre la literatura que se hayan escrito en España, pero también en su biografía. Como a los poetas del romanticismo, a Benet no le importaba en absoluto «hacer carrera», sólo ir avanzando en las derivas de la prosa como quien experimenta con drogas. Su primer libro, ya plenamente benetiano, Nunca llegarás a nada (1961), es un conjunto de relatos cada uno de los cuales crea una atmósfera densa y fatídica que podríamos llamar «cinematográfica» si no fuera porque a Benet le horrorizaba el cine. Ninguno de los cuentos permite afirmar dónde sucede, quiénes son los personajes, por qué se nos cuenta la historia, quién la cuenta o en qué temporalidad viene a ser. La primera frase del libro, «Un inglés borracho al que encontramos no recuerdo dónde, y que nos acompañó durante varios días y quizás semanas enteras ... », es característica. En efecto, el relato parece narrado por un borracho que no sabe dónde está, ni con quién, ni para qué y es incapaz de distinguir los días de las semanas. Sin embargo, como en otros de sus libros, el lenguaje se convierte en una trampa envolvente de la que no se puede escapar si no es por aburrimiento.


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