Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPT 1.360. LIBRE / LEA YPI


1. STALIN

Nunca me pregunté lo que significaba la libertad hasta el día en que abracé a Stalin. De cerca era mucho más alto de lo que yo esperaba. La profesora Nora nos habla dicho que a los imperialistas y a los revisionistas les gustaba destacar que Stalin era un hombre bajito. Según ella, no era tan bajo como Luis XIV, cuya estatura, por extraño que parezca, jamás se mencionaba. En cualquier caso, añadió con tono serio, hacer hincapié en las apariencias y no en lo que realmente importaba era un típico error imperialista. Stalin era un gigante y sus actos eran mucho más relevantes que su físico.

Lo que lo convertía en alguien verdaderamente especial, continuó explicando Nora, era que sonreía con los ojos. ¿Os lo podéis creer? ¿Sonreír con los ojos? Eso se debía a que el simpático  bigote que adornaba su rostro le tapaba los labios, por lo tanto, si solo te fijabas en la boca, era imposible saber si Stalin estaba sonriendo o haciendo cualquier otro gesto. Pero bastaba con mirarlo a los ojos, aquellos ojos castaños, penetrantes e inteligentes, para darse cuenta. Stalin estaba sonriendo. Hay gente incapaz de mirarte a los ojos. Está claro que tienen algo que ocultar. Stalin te miraba de frente y, si le apetecía, o si te portabas bien, te sonreía con los ojos. Siempre llevaba un abrigo sencillo y unos discretos zapatos marrones


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