Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LAS BIBLIOTECAS DE LAS MISIONES PEDAGOGICAS


La España vacía, Sergio del Molino, p. 146

Las misiones enviaban a los pueblos cuyos maestros lo requerían una pequeña biblioteca muy seleccionada (cuyos títulos eran objeto de discusión parlamentaria, por lo que debían escogerse con mucho tiento para que no fueran vetados por ningún partido conservador: las derechas sospechaban que las misiones eran una forma de adoctrinamiento marxista). El paquete básico incluía cien volúmenes con lecturas para niños, jóvenes y adultos, pero, especialmente, para los niños. La idea era inocular el vicio de la lectura a través de los niños. Si ellos leían, los adultos, por saber lo que leía el niño, acabarían leyendo. Las bibliotecas tenían un espíritu comunitario y estaban llenas de conminaciones cariñosas a cuidar los volúmenes, a devolverlos en el mismo estado en que se tomaron prestados y, en general, al carácter sagrado de los libros. Al principio, eran los maestros quienes estaban a cargo de la biblioteca, pero María Moliner descubrió que, cuando el docente cambiaba de destino y era sustituido por otro menos entusiasta, la biblioteca se deterioraba o se cerraba. Para garantizar la continuidad del servicio, se nombraron bibliotecarios voluntarios entre los vecinos. Fue un éxito. Se estima que, entre 1931 y 1936, las pequeñas bibliotecas de las misiones prestaron medio millón de libros, en una época en la que apenas existían bibliotecas públicas y la ratio de préstamo de las mismas en España era inferior a un título al día. Muchos lugares remotos donde no había llegado más papel impreso que la cartilla escolar recibieron clásicos de la literatura castellana en ediciones modernas, poesía contemporánea y novelas juveniles. Los maestros podían pedir más títulos si consideraban que el paquete de cien era insuficiente. El patronato estudiaba su solicitud y, si los libros contaban con su aprobación y no creaban problemas con la oposición parlamentaria, se mandaban. Buena parte del presupuesto de las misiones se gastó en libros que, de no haber mediado una guerra, seguirían diseminados por los pueblos.

Las bibliotecas de las misiones triunfaron gracias a su sencillez y modestia. No era un proyecto ambicioso ni grandilocuente y no costaba mucho dinero enviar paquetes de cien libros, cuyos títulos y ediciones fueron propuestos por Antonio Machado y María Moliner, que se preocupaban personalmente de que no faltaran "en los envíos el papel para forrar los libros ni las fichas para evitar las pérdidas". Pero también triunfó porque, a diferencia de otras parcelas de las misiones, implicó a los vecinos. El propósito era que los campesinos gestionasen sus propias bibliotecas. Que, al leer, descubrieran otras lecturas y ellos mismos las reclamasen. Los lectores de esas bibliotecas se sentían escuchados. Debía de ser una maravilla y una sorpresa saber que podían pedir algo y que ese algo era atendido con amabilidad y diligencia. No es casual que la parte de las misiones que más se acercó a la posibilidad de provocar un cambio social a partir de la cultura fuera precisamente la parte en la que aquellos que iban a ser salvados podían intervenir en su propia salvación y no eran sólo sujetos pasivos, espectadores de teatro u oyentes de poesía.


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