Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LA BIBLIOTECA DEL INFIERNO

De La biblioteca del infierno de Zoran Zivkovic
-Quizá que lo sumerjan a uno en una olla de aceite hirviendo, o el descuartizamiento.
-¡No sea vulgar! ¡No estamos en la Edad Media!
-Perdone, no sabía ...
-Es increíble lo cargados que están de prejuicios todos los que llegan aquí. ¿Usted cree que nosotros vivimos al margen de los tiempos que corren?, ¿Qué aquí no cambia nada? ¿Acaso esto concuerda con esas crueldades bárbaras? -Dio unos golpecitos a un costado del monitor.
-No, en absoluto, está claro -afirmé diligente.
-El infierno de cada época está adaptado a sus circunstancias. Esto es ahora una biblioteca.
-¿Una biblioteca? -parpadeé confuso.
-Sí. Un lugar donde se leen libros. ¿Ha oído hablar de las bibliotecas? ¿Por qué todos se asombran tanto cuando se lo digo?
-Pues porque resulta un poco ... inesperado.
- Solo si se contempla superficialmente. Pero si se profundiza en el asunto, verá que en absoluto es insólito.
- Jamás se me habría pasado por la cabeza.
-A decir verdad, al principio nosotros también nos llevamos una sorpresa. Pero lo que nos comunicó el ordenador era incuestionable. Muy útil, el aparato.
Hizo una pausa. Transcurrieron unos segundos antes de que comprendiera lo que se esperaba de mí.
-Muy útil, sí - repetí atropelladamente.
- Sobre todo para las investigaciones estadísticas. Cuando introdujimos los datos de todos los que se encuentran aquí, se demostró que la característica que vinculaba a la gran mayoría de nuestros pupilos, hasta un 84,12%, era la falta de inclinación a la lectura. Del 26,38%, podía entenderse, eran totalmente analfabetos, pero ¿qué decir del 47,74% que, aunque alfabetizados, no habían cogido un libro en su vida, como si los libros estuvieran apestados? El 10% restante habían leído algo aquí y allá, pero mejor que no lo hubieran hecho porque lo leído carecía de valor.
-¡Quién iba a decirlo! -dije a la par que movía la cabeza a izquierda y derecha.
-¿Por qué le parece extraño? Empiece por usted mismo. ¿Cuánto ha leído? -replicó mirándome por el rabillo del ojo.
Reflexioné un rato, esforzándome por acordarme.
-Pues, no mucho, en honor a la verdad.
-¿No mucho? Le voy a decir exactamente cuánto.
-De nuevo se oyó el repiqueteo veloz sobre el teclado-.
En los últimos veintiocho años de su vida empezó dos libros. Del primero llegó hasta la mitad de la cuarta página, y del segundo no pasó más allá del párrafo introductorio.
-No me resultaron interesantes -respondí en voz baja, con aire arrepentido.
-¿De veras? ¿Y las otras cosas le parecían interesantes?
-Nunca imaginé que no leer fuera pecado mortal.

-Y no lo es. Pese a que el mundo sería mucho mejor si lo fuera. Aún no ha ido nadie al infierno por no leer.

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