Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

BUÑUEL ET ALII

De Providence, de Juan Francisco Ferré, p. 228
Oculto tras una gorra de bésisbol y unas gafas de aviador de la Segunda Guerra Mundial para disimular su edad, es verdad que ha envejecido mucho desde la última vez, Spielberg se precipita a estrecharme la mano mientras me advierte contra Buñuel sin contemplaciones. Tenga cuidado. Es un tipo muy peligroso, recuerde La dalia negra. Pobre Brian. El autor del crimen fue él, el autor de Él, no se equivoque de hombre. Tengo pruebas concluyentes sobre el caso, aunque no podría utilizarlas ante ningún jurado, ya me comprende, películas y fotografías de aficionados, cartas de Buñuel a algunas de sus amiguitas de Hollywood cornunicándoles que se excita con la idea de cortarlas en pedazos, confidencias in extremis de testigos moribundos a los que no podría traicionar ahora sin perder a una parte de mi público, secuencias inéditas de sus propias películas y, por si fuera poco, el bodrio de Brian. Si no me cree, pregúntele a Marty, que lo sabe todo sobre películas y directores. Todo, créame. Marty es una enciclopedia ambulante, aunque cuando se pone pedante no lo aguanta nadie, ni siquiera ese bobo de George. Me estoy entusiasmando, disculpe, luego nadie se cree que no bebo alcohol ni me meto drogas. Soy así. Es la grandeza del cine. Cuando se trata de películas, me pongo como loco, no lo puedo evitar. La suya, por ejemplo. Me ha puesto a cien. Esto no me pasaba desde que vi en la intimidad de un pase privado, a solas con la viuda de Stanley, ya me entiende, su película póstuma, ¿cómo se llamaba? Algo sobre los ojos, ¿es que nadie se acuerda ya?

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