Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LA MUERTE DEL MAESTRO

LA MUERTE DEL MAESTRO
PAGINAS DE “VLADIMIR NABOKOV. LOS AÑOS AMERICANOS” DE BRIAN BOYD.
Sin embargo, la lectura más dolorosa fue la de un libro inacabado, Día tras día, tal vez unas cincuenta veces durante varias semanas de delirio, regresó a The original of Laura, muy completa en su mente, y la leyó en voz alta a “una pequeña concurrencia onírica en un jardín amurallado. Mi público estaba formado por pavos reales, palomas, mis padres, muertos hace ya mucho tiempo, varias niñeras jóvenes en cuclillas y un médico de familia tan viejo que era casi invisible”.
A finales de noviembre [de 1976] concedió una entrevista. Aún se parecía al Nabokov de siempre: “Mi dieta calórica consiste normalmente en pan con mantequilla, miel transparente, vino, pato asado con mermelada de arándanos rojos, y otras comidas sencillas por el estilo… Mi régimen literario es más elaborado, pero dos horas de meditación, entre las dos y las cuatro de la mañana, cuando se evapora el efecto del primer somnífero y no ha empezado aún el del segundo, son casi todo lo que necesita mi nueva novela.” [...] Su insomnio se agravó aún más, se sentía débil todo el día y nunca recobró la energía suficiente para pasar de la imagen mental al papel más que una parte de su nueva novela.
Al separarse de su padre por segunda y última vez, Dmitri le dio un beso en la frente como hacía siempre que se despedía o le daba las buenas noches. Los ojos de Nabokov de repente se llenaron de lágrimas. Cuando Dmitri le preguntó porqué lloraba, Nabokov le contestó que cierta mariposa ya estaba volando, y sus ojos le dejaron claro que no esperaba volver a verla nunca más.
El 30 de junio ingresó en cuidados intensivos. Cuando la congestión bronquial empeoró, la respiración se volvió fatigosa. Habían llamado a otro médico experto, que visitó al paciente por primera vez el 2 de julio. Pero ese día, de espléndido sol, ya era obvio que VN estaba yéndose poco a poco. Vera y Dmitri le hicieron compañía en la habitación, seguros de que estaba conciente, si bien demasiado débil para reaccionar a su presencia. Esa tarde, a las siete menos diez, Nabokov emitió tres veces seguidas un abrupto gemido, sufrió un paro cardíaco y murió.
La tumba de Nabokov es una sencilla y ancha losa de mármol, sin ningún ornato, de color azul marino, con la escueta inscripción: “VLADIMIR NABOKOV ÉCRIVAIN 1899-1977”
Véra Nabokov, aun que lenta y frágil, tradujo Pálido fuego al ruso, supervisó la traducción de Pnin, e incluso, ya octogenaria, llegó a hablar de traducir también Ada al ruso. Pese a que su hijo le rogaba que viajase a Florida y se quedar allí si el lugar le gustaba, Véra no se movió del Montreaux Palace ni de la doble parcela que ocupaba la tumba de su marido, a menos de un kilómetro del hotel. En 1990, cuando se iniciaron importantes reformas en el ala del Cygne, tuvo que desocupar sus habitaciones del Montreaux Palace y alquiló un apartamento que daba al hotel, aún más cerca del cementerio. Tras su muerte, el siete de abril de 1991, sus cenizas se enterraron en la misma urna que las de su marido.
En una secuela inédita de La dádiva, Nabokov había escrito una vez: “La dureza de
una vida interrumpida no es nada comparada con la dureza de una obra interrumpida: las probabilidades de que la primera continúe más allá de la muerte parecen infinitas en comparación con la obra para siempre inacabada. Allí tal vez parezca absurdo, pero aquí permanece no escrita”. La mejor respuesta se encuentra en una obra que Nabokov sí terminó y publicó:
-Pero aún tenemos que decidir acerca de la condenada última voluntad. Bien, ¿qué has escogido?...
-Terminar de escribir algo –dijo en un susurro Cincinnatus en un tono casi de interrogación; pero luego frunció el ceño, forzando el pensamiento, y de repente comprendió que, en realidad, ya estaba todo escrito.

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