Como todos los libros de JDS, la cubierta no trae nada, ni una foto, ni una fecha, nada. Lo único que me acerca al autor es la célebre imagen donde un anciano –que sale de un supermercado- golpea la ventana del coche desde el que un paparazzi lo retrata. Oscuridad. Desconocimiento también de los “9 cuentos”, no es mala idea ir leyéndolos uno a uno sin buscar ni encontrar el contexto.
Lo primero que llama la atención es el tono exacto que JDS le da a su Teddy, le mot juste en cada intervención de un niño prodigio. Es un pequeño prodigio literario que recuerda un poco al tono coloquial de “El Jarama”. También hay relaciones con el Alfanhuí, lo bien que ambos escritores conocen o muestran a los niños –el subir las escaleras, la guardamarina, el ser amable con el bibliotecario-; algo que, por cierto, manejan muy bien los escritores americanos: hay una gran literatura sobre adolescentes en USA.
Recuerda también, al revés a “Lo que Maisie sabía”: allí donde H James trabaja en todo lo que un niño sabe pero nosotros desconocemos, JDS trabaja en mostrarnos la literalidad de esa sabiduría; allí donde HJ se esfuerza en mostrarnos el punto de vista de Maisie desde el punto de vista de los mayores –¡un trabajo magnífico¡-, JDS se rinde y nos muestra al espléndido Teddy en acción. Sólo aparece un punto de vista cuando nos dice “que tenía un observador solitario pero interesado” –observador que es anunciado al principio del cuento: “Ese hombre estaba en el gimnasio hace un rato…”-, cuando ya el cuento se acerca al final, en su penúltimo bloque. Otra diferencia con HJ: allí donde HJ alude, JDS señala, apunta, significa. Donde JDS es zen, HJ es pragmático; donde JDS es espiritual, HJ es una vieja cotilla.
Otro prodigio es el dominio del tiempo: el cuento dura 25’, desde las 10.05 a las 10.30, cuando Teddy muere, ¿o no?.
La última parte es la más filosófica: totalmente de acuerdo con Teddy: las cosas existen porque sabemos de ellas, las cosas son porque las nombramos, como dice el libro: “¿cuál es el sonido de la palmada de una sola mano?” No quiero extenderme más, y sólo lo pongo como una nota de lectura: todo lo de lacaniano avant la leerte que tiene el cuento: me recordaba tanto tanto tanto a las imágenes de Jacques Lacan haciendo elefantes de papel en su seminario de la Escuela de Altos Estudios. Por cierto, ante Levi-Strauss, Foucault, Derrida, Barthes, Jesús Ferrero y todos esos pirados. Otra nota: la discusión entre Bertrand Rusell y Witgenstein sobre la estancia o ausencia de un hipopótamo en la habitación del “collage”… Pero son meros apuntamientos.
Lo mejor, claro está: el grito reverberando entre las cuatro paredes de azulejos:
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