El club de lectura de David Bowie, p. 234
El Berlín de los años veinte era
una ciudad en proceso de cambio. Una serie de crisis políticas y económicas, y
en especial la hiperinflación -en noviembre de 1923, el coste de una hogaza de pan
llegó a los 200.000 millones de marcos- resultó en un repunte del crimen, la
prostitución y el antisemitismo. A la vez, estas crisis trajeron consigo un
periodo de intensa actividad cultural e intelectual que parecía alimentarse del
ambiente de ebullición sexual polimorfa por la que se hicieron famosos los
bares y cabarés berlineses.
Antes del diluvio es un cursillo
acelerado para juerguistas sobre las películas de Josef von Sternberg, las
obras de Bertolt Brecht, la áspera música atonal de Arnold Schoenberg y las
escabrosas caricaturas de George Grosz. Puede que con él Bowie se diera cuenta
de la importancia que tuvo Berlín para Brecht, en cuya obra Baal, de 1918,
acabaría apareciendo, y que uniera los puntos que conectaban al director de
teatro Erwin Piscator con las ideas del fundador de la Bauhaus Walter Gropius
sobre el teatro total-una experiencia de 360 grados con escenarios y asientos
rotatorios, pantallas de cine y un túnel por el que salía el coro para rodear
al público- y con el tipo de espectáculos de rock que él ansiaba montar.
El Berlín de entreguerras era el
hogar de Sigmund Freud y de Albert Einstein; y también de Vladimir Nabokov; que
publicó sus «novelas berlinesas», entre ellas Risa en la oscuridad,
Desesperación o La dádiva con el seudónimo de «Sirin”. Puede que fuera Friedrich
quien, citando La dádiva, involuntariamente le regalara a Bowie la imagen de
Nabokov bañado por los rayos del sol que el cantante usaría años más tarde en
el tema «I'd Rather Be Higb. Fiódor, el héroe de La dádiva, vaga entre los
bañistas en un bello paraje junto al lago que está justo a las afueras de
Berlín y observa las piernas hinchadas de los viejos que allí yacen tumbados al
sol para después tumbarse él mismo y disfrutar de la caricia del sol. En la
canción de Bowie, claro está, Nabokov no es un viejo enclaustrado en un hotel
de Montreux, sino un hombre en la flor de la vida: lustroso, desnudo; un
tributo en bronce a la capacidad de Berlín de promover el talento.
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