De El mapa y el territorio de Houllebecq, p. 282
Y cuanto más reflexionaba sobre ello tanto más le parecía impío, aunque no creyera en Dios, tanto más le parecía en cierto modo antropológicamente impío dispersar las cenizas de un ser humano sobre ios prados, los ríos o el mar, o incluso, como creía recordar que había hecho el fantoche de Alain Gillot-Pétré, considerado en su tiempo la persona que había rejuvenecido la presentación televisada del boletín meteorológico, en el ojo de un huracán. Un ser humano era una conciencia, una conciencia única, individual e irreemplazable, y merecía por ello un monumento, una estela, al menos una inscripción, en suma, algo que afirmara y trasladase a los siglos futuros el testimonio de su existencia, he aquí lo que pensaba Jasselin en el fondo de sí mismo.
2 comentarios:
http://youtu.be/GWRkWp7n_ew
A mí que me incineren me parece perfecto, porque la otra opción es bastante más lenta y no mucho más bonita. Ahora bien, eso de que me dispersen por ahí, pues no... Yo es que ya tengo agujero en el que deben meter mis cenizas, una vez muerta. Es lo que dice el texto, ya que has sido conciencia (o alma según los creyentes) que quede al menos una inscripción, un monumento, una estela, algo... De acuerdo con el pensamiento de Jasselin, pues.
Publicar un comentario