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Sí, éramos medio parientes, dice Martín Tello. Pero es que en los pueblos pequeños todos son parientes o medio parientes. Mi padre y su madre se apellidaban igual y, aunque no sabían de dónde les venía el parentesco, entre ellos se llamaban primos. ¡Prima, tráeme esto!, ¡primo, tráeme lo otro! Pero mis primos de verdad no eran ellos, sino los hijos de mi tío Guillermo y mi tío Evaristo. Cuando nos vinimos, nos vinimos todos: mi tío Guillermo con su mujer y sus cuatro hijos, mi tío Evaristo con la suya y las dos chicas, mis padres conmigo y con mis hermanas. Llevaban tiempo, desde antes de la guerra, hablando del embalse y diciendo que tendríamos que dejar el pueblo y, cuando llegaron unos del gobierno y ofrecieron cuatro perras por las tierras y las casas, mis padres y mis tíos no se lo pensaron. Con embalse o sin embalse, aquello no tenía ningún futuro... Y, si teníamos que rehacer la vida en otro sitio, cuanto antes empezáramos mejor, ¿no? Así que metimos todo lo que pudimos en los carros y nos echamos a la carretera. Tardamos cuatro días en llegar a Barcelona. Lo que más llamó la atención de mis hermanas fue que las ca-
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