¡Tañido de campanas, torrente de campanas supra urbem, sobre la ciudad entera, en sus aires inundados de sonido¡ Campanas, campanas se agitan y balancean, vibran y se mecen tomando impulso en sus vigas, en sus yugos, a cien voces, en confusión babilónica. Pesadas y ágiles, retumbantes y resonantes; sin ritmo no concierto, hablan todas a la vez y se quitan la palabra unas a otras, se quitan la palabra hasta a sí mismas: golpean los badajos y aún no han dado respiro al excitado metal cuando de nuevo golpean oscilantes del lado opuesto, sobre su propio martilleo, y así, cuando aún resuena “In te Domine speravi”, ya empieza a resonar también “Beati, quorum tecta sunt percata”, en tanto que se entrevera, terso, el sonido de lugares más pequeños, como si el monaguillo estuviera agitando la campanilla de la consagración.
De El Elegido, de Thomas Mann
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