Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

JAMESIANA 5

PROLOGO A LOS AMIGOS DE LOS AMIGOS
A pesar de su fecha de nacimiento, 1843, y de la fecha de su muerte, 1916, HJ es uno de los máximos escritores de nuestra época. Es menos un contemporáneo de Kipling o de Tolstoi que un contemporáneo de Kakfa. Fue un insuperado maestro de la ambigüedad y de la indecisión, tan cotidianas hoy en el arte. Antes de J, el novelista era un ser omnisciente, que penetraba hasta en los sueños del alba, que el hombre olvida al despertar. Partiendo, acaso sin saberlo, de la novela epistolar del siglo XVIII, J descubre el punto de vista, el hecho de que la fábula se narre a través de un observador, que puede y suele ser falible. Este observador define a los otros, pero sin darse cuanta está definiéndose. Los lectores de J se ven obligados a una continua y lúcida suspicacia que, a veces, constituye su deleite y otras su desesperación. El texto puede falsear los hechos, o no entenderlos, o sencillamente mentir.
He usado la palabra observador que, asimismo corresponde al pasivo destino de HJ.
James nación en Nueva Cork un 15 de abril. Su padres, hostil a todo localismo, había decidido que sus hijos fueran cosmopolitas, se educadores en París, en Londres, en Ginebra y en Roma. Hacia 1862, ya en su patria, J emprendió el estudio del derecho en la universidad de hartar. Su primer libro fue una biografía de Hawthorne, que firmó con el nombre de HJ junior. Pensó que América no ofrecía temas propicios para la novela psicológica y se fijó en Europa, donde pasó casi toda su vida. En primer término se dedicó a observar. A observar sin excesos; oía una anécdota cualquiera, formulaba una o dos preguntas y no perdía detalles. A semejanza de Marcel Proust, tan parecido y a la vez tan distinto, pensó que la observación del género humano puede no excluir las clases altas, quizá no menos reales que la promiscuidad del tugurio. El ambiente mundano es típico de toda su obra, pero la parte última incluye lo sobrenatural, la fatalidad y el infierno. Su tema preferido fue el americano que se siente extranjero en la complejidad de Europa; concluyó al fin con el del hombre que es un extranjero en el mundo, tal vez porque él también era un extranjero entre todos los hombres. En 1915 renunció a la ciudadanía norteamericana para testimoniar su adhesión a los aliados.
Un año más tarde moría venerado, solitario, admirado y poco leído. Kipling, Welles y Shaw, sus contemporáneos, eran arrebatados y discutidos. Tenía la obsesión de la palabra justa; a punto de morir halagó al misterio anunciando: “y ahora esa cosa distinguida, la muerte”.
Para esta antología hemos elegido cuatro relatos muy diversos. En La vida privada se conjugan lo fantástico y lo satírico, el tantas veces recreado tema del doble, caro a Stevensony a Papini, y la burla a las espléndidas nulidades que cruzan los visibles escenarios del mundo. Owen Wingrave puede parecer, al principio, un alegato pacifista; vemos después que la gravitación de lo antiguo y de lo espectral no excluye lo épico. Los amigos de los amigos encierra una profunda melancolía y es, al mismo tiempo, una exaltación del amor elaborado en el más profundo misterio. A estos tres relatos fantásticos hemos agregado otro que no lo es, pero que quizás constituye la obra maestra de HJ en el cuento, La humillación de los Northmore es la crónica de una paciente venganza, tanto más atroz cuanto que ignoramos su última realidad.
Nos quedan dos inolvidables fotografías de HJ, ejecutadas en 1906 por Alice Bougthon. La primera guarda para siempre la imagen de un desdeñoso caballero doliente que trata en vano de ocultar, tras elegantes atributos convencionales –el sombrero de copa, el cuello almidonado y el que soportan las manos- lo que denuncia su mirada tristísima: que es el más desdichado de los hombres. La segunda nos muestra a HJ con el mismo atuendo, mirando, no sin asombrosa incredulidad, el primer retrato. Ese juego del hombre visto por los otros, del hombre visto por sí mismo, fue sin duda sugerido por James. El rostro que cualquiera de la fotografías rescata corresponde, estoico y ausente, a la inexorable imagen que la obra deja traslucir.
JORGE LUIS BORGES

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