Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LA RISA DE AUGUSTO


La herencia viva de los clásicos, Mary Beard, p. 82

La risa siempre fue uno de los recursos favoritos de los monarcas y los tiranos antiguos, pero también un arma que podía usarse en su contra. El buen rey, por supuesto, sabía cómo encajar una broma. La tolerancia del emperador Augusto ante ocurrencias y bromas de todo tipo seguía siendo reconocida cuatro siglos después de su muerte. Uno de los chistes más famosos de la Antigüedad, que ha pervivido hasta el siglo XX (aparece, con personajes distintos pero conservando el final, tanto en Freud como en El mar, el mar de Iris Murdoch), era una insinuación jocosa sobre la paternidad de Augusto. La historia cuenta que al encontrarse con un hombre de provincia muy parecido a él, el emperador le preguntó si su madre había trabajado alguna vez en palacio. «No -le respondió-, pero mi padre sí.» Sabiamente, Augusto se limitó a sonreír y aguantar la broma.

Los tiranos, por el contrario, no se tomaban bien que se hicieran bromas a su costa, aunque les agradara reírse de sus súbditos. Sila, el mortífero dictador del siglo I a.C., era un reconocido philogelos (amante de las bromas), y el déspota Heliogábalo se servía de bromas de colegial como técnica de humillación. Por ejemplo, se dice que un día se divirtió sentando a sus invitados en cojines inflables y viéndolos desaparecer por debajo de la mesa mientras se deshinchaban poco a poco. Pero el rasgo característico de los autócratas de la Antigüedad (y signo de que el poder -divertidamente- enloquece) era el afán por controlar la risa. Algunos intentaron prohibirla ( como hizo Calígula al decretar el luto por la muerte de su hermana). Otros la imponían a sus pobres subordinados en los momentos más inapropiados. Calígula, nuevamente, tenía la habilidad de convertir la carcajada en una tortura exquisita: se cuenta que una mañana obligó a un viejo a presenciar la ejecución de su hijo, y que esa misma tarde lo invitó a cenar e insistió en que se riera e hiciera bromas. El filósofo Séneca pregunta por qué la víctima soportó la humillación. Respuesta: porque tenía otro hijo.


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