Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LO LI TA


Los lenguajes de la verdad, Salman Rushdie, p. 95

Vladimir Nabokov nos pide que no nos identifiquemos con los personajes de las novelas y nos conmina a prestar atención al autor que hay detrás, esforzándose para crear su obra artística. Por desgracia, también es el creador de Humbert Humbert, por quien es imposible no sentir empatía, por mucho que sea un pedófilo, y de Lolita, a quien es imposible no apreciar, pese a su banalidad esencial, y de la madre de Lolita, Charlotte Haze, por quien dan ganas de llorar. Así pues, no creo que él mismo creyera en su afirmación. En el corazón de la novela está y estará siempre la figura humana, es decir, el carácter humano, y la naturaleza de la novela pasa por mostrar la figura humana en movimiento a lo largo del tiempo, el espacio y las contingencias, y si no nos importa el personaje, casi nunca nos importará la novela; es así de simple. Pero los seres humanos no lo son todo; de hecho, a menudo ni siquiera son los héroes de sus propias historias; interpretan unos roles muy pequeños en sus vidas. Hasta el más potente de los personajes de ficción tiene que hacer frente en algún momento a la pura extrañeza del mundo.

El carácter puede ser una influencia poderosa en el destino, y hay que permitir que lo sea en la novela en la medida de lo posible, pero también lo surrealista forma parte de la realidad; lo surrealista es la extrañeza del mundo desvelada. Heráclito, que nos enseñó que el ethos de un hombre es su daimon, también escribió: Pitágoras se ejercitó en informarse más que los demás hombres. Sin embargo, decía recordar vidas antaño vividas: en una había sido pepino y en otra sardina.

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