Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

Quousque tandem ...?


La herencia viva de los clásicos, Mary Beard, p. 115

Marco Tulio Cicerón fue asesinado el 7 de diciembre del año 43 a. C.: el orador más famoso de Roma, defensor ocasional de la libertad republicana y crítico implacable de la autocracia. Finalmente, acabaron con él los lacayos de Marco Antonio, uno de los miembros del triunvirato que gobernaba Roma y principal víctima de su deslumbrante y última invectiva: más de una docena de discursos llamados Filípicas, en honor a los ataques casi igual de desagradables que Demóstenes había dedicado a Filipo de Macedonia, tres siglos antes. La persecución había degenerado en un elaborado y, ocasionalmente cómico, juego del escondite, puesto que Cicerón pasaba su tiempo resguardándose en su villa a la espera de la inevitable llamada en la puerta y haciendo veloces escapadas junto al mar. Finalmente, sus asesinos lo cogieron en su litera de camino a la costa, le rebanaron la garganta y le enviaron su cabeza y sus manos a Antonio y a su mujer Fulvia, como prueba de la hazaña que habían realizado. Cuando el terrible paquete llegó, Antonio ordenó que los restos fueran expuestos en el Foro, clavados en el lugar en el que Cicerón había pronunciado muchos de sus devastadores discursos; pero antes, Fulvia puso la cabeza en su regazo y, según cuenta la historia, le abrió la boca, le sacó la lengua y se la atravesó una y otra vez con un alfiler que se había desprendido del pelo.

La decapitación, y la parafernalia que se desplegaba con ella, era en cierto modo un peligro que iba con el cargo para las figuras políticas de primera línea en Roma, durante los cien años de guerra civil que condujeron al asesinato de Julio César.


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