Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

BIBLIOTECAS


La figura del mundo, Juan Villoro, p.180

En ese clima de crispación, mi padre volvió a asociar la plenitud intelectual con una actitud que determinó su vida: el desprendimiento. Decidió donar sus libros a la Universidad de San Nicolás de Hidalgo en Morelia, Michoacán, con la que había establecido un trato reciente. No escogió a la UNAM, donde se formó y donde trabajó hasta ser profesor emérito, ni a la UAM, de la que fue fundador, sino a una institución que podía apreciar mejor sus libros y que le parecía heredera del impulso humanista de Vasco de Quiroga, defensor de los indios.

Su colección no tenía el alcance de otras eminentes asambleas de textos, pero valía la pena mantenerla unida. Según relata Jacques Bonnet en Bibliotecas llenas de fantasmas, los libros de Georges Dumézil se dispersaron trágicamente, mutilando el enciclopédico mapa de sus intereses. Su discípulo Georges Charachidzé logró remediar parcialmente esa pérdida, recuperando al menos los volúmenes de la sección caucasiana (que una biblioteca disponga de sección caucasiana da una idea de su inesperado alcance).

La de mi padre nunca fue una biblioteca tan vasta ni tan precisa; no aspiraba a la emulación del infinito que cautivó a los escolásticos y que Borges resumió en una frase: "El universo (que otros llaman la Biblioteca) [ .. .]". De cualquier forma, sus volúmenes trazaban el dibujo de una mente. La noticia de que regalaría los libros que lo habían acompañado en varios divorcios y mudanzas podía llevar a la doméstica superchería de que así remataba lo que había salvado de un naufragio. Sin embargo, quien conociera bien a mi padre sabía que eso representaba para él una liberación. Las posesiones le incomodaban como sólo pueden incomodarle a quien las percibe como un sobrante.

Cuando me habló de su donación, pensé en el tomo de Das Kapital donde anotaba sus ingresos y sus egresos. Ese peculiar saldo de su economía iría a dar a otras manos, como una prueba de que su propietario se libraba de una vez por todas del fetichismo de la mercancía. El volumen pertenecía a la edición MEGA de las obras de Marx y Engels, de emblemáticas pastas azules. Hacía años que mi padre no leía en alemán, pero juzgaba necesario disponer del texto original. Guardar billetes y llevar saldos en la cuarta de forros de ese volumen impar tenía algo de superstición, como si al apelar al sacrosanto saber de Marx se librara de los horrores de la plusvalía.

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