Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

ESPECULACION


Diarios 2, Rafael Chirbes, p. 285

Manda una burguesía salvaje, voraz e impaciente, que ha renunciado a imponer cualquier modelo que se defina por elevación. Especuladores que llegan de fuera con la idea de llevarse cuanto antes su ración de tarta; y una burguesía local (y lodal) que aún no se ha librado del poso de explotador rústico, despiadado, que trata a la tierra como esclavo a su servicio, la España de Lorca y Benavente mal enterrada, que ahora viaja a bordo de fulgurantes todoterrenos: codiciosos hijos de campesinos reconvertidos en tres o cuatro decenios, incapaces de devolverle nada a la tierra que aún embarra sus pies. Su altura estética la encuentran en los programas televisivos, en la prensa rosa, en los gritos en el bar o en el campo de fútbol, el estruendo de las tracas y la música empalagosa de los puticlubs de carretera es el que empasta su espíritu. Hablan de grandes vinos, de comidas en restaurantes de alta cocina, y se lo echan todo al gañote. Proceden también ellos de un sombrío mundo precristiano, de un universo de dioses terrenales a los que el futuro les parece tan improbable como el más allá. Ni siquiera han capturado de la bolsa del cristianismo conceptos como los de la caridad, la compasión o -hasta si me apuras- la mentira piadosa. Un laicismo despiadado que no cree en Dios, ni en Marx, y se caga en la historia y en el porvenir (yo ya no lo veré, no me lo comeré ni me lo follaré, ese futuro del que me hablas): saben que, tras la carrera precipitada, llega el silencio por el que pasean tristes las sombras. Se ríen -con razón- de ese «post tenebras spero lucem», que sirve de lema a Cervantes en su Quijote.


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