Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

BONO


Diarios 2, Rafael Chirbes 140

Bono exhibe el gesto de quien ha llegado muy arriba, la autosatisfacción de mirar por encima del hombro -y como quien ni siquiera se ocupa de mirar- a los de su pueblo. ¿Veis a quién votáis?, ¿veis qué arriba he llegado?, ¿qué alto está vuestro paisano? !barra, a quien vi por la tele anoche, se sostiene sobre ese mismo esqueleto psicológico, el gallo que se ha hecho con el dominio del corral a fuerza de pico y espolón. Esos dos hablan así, engallados, ponen las palabras de puntillas, las hacen encocorarse y sacar pecho: como el gallo, al tiempo que cacarean se pavonean y estiran el cuello y echan la cabeza hacia atrás, amenazando a quien les discuta el dominio que han conseguido a fuerza de culebrear y babear al servicio de quien podía más que ellos. Javier Ortiz me ha contado los tiempos en los que Bono era un tímido monaguillo que le llevaba la cartera y ayudaba servilmente a Raúl Morodo; otros me han contado los años en que Ibarra lavaba con lejía para decolorar su camisa azul de falangista a la espera de conseguir un puesto en el PSOE. No son personas, son más bien figuras del arte, polichinelas, grabados de Daumier, de Goya, de Otto Dix. Cuando hablan, les dicen a sus  paisanos: tú eliges, yo soy el que puede subirte arriba o hundirte. Y, al permitirles esa elección, están convencidos de que los hacen libres. Es el lenguaje de los padrinos sicilianos, el momento en que los rasgos de la caricatura se ensombrecen, se vuelven amenazadores, pinturas de la Quinta del Sordo, macabro guiñol del pim, pam, pum nacional.


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