Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LA MALETA Y EL CONSUELO


La palabra que aparece, Enrique Díaz älvares, p. 61

El 26 de septiembre de 1940, Walter Benjamín subió las escaleras del Hotel Francia en Portbou. Caminó hasta la habitación número cuatro, dio vuelta a la llave y entró despacio. Estaba enfermo y cansado de huir de la persecución nazi. Poco antes, un puñado de guardias civiles apostados en ese pueblo fronterizo le habían impedido seguir su paso por la ruta Líster.

La negativa de los gendarmes franquistas bastó para que Benjamín se imaginara deportado y decidiese abortar su camino a Lisboa. En esa ciudad tenía planeado subir a un barco con destino a Nueva York, donde le esperaba Theodor Adorno y otros compañeros de la Escuela de Frankfurt exiliados. Pero le faltaba un permiso que la legislación española acababa de crear. También le faltaban fuerzas. Hacia las diez de la noche, en ese pequeño pueblo de los Pirineos, Benjamín ingirió una dosis importante de morfina y aguardó su muerte.

Gracias a una factura del hotel a su nombre, sabemos que a Walter Benjamín le cobraron cuatro noches de habitación, cuatro llamadas telefónicas y cinco refrescos de limón. También una serie de gastos extras en riguroso y macabro orden de aparición: «farmacia», «vestir al difunto», «desinfectar», «lavar colchón», «blanquear». Lo que no sabemos es el paradero de la maleta negra donde transportaba los documentos que consideraba más valiosos; además de cartas, revistas y una radiografía, en esa valija llevaba un manuscrito al que aseguraba cuidar más que su propia vida.

Nadie sabe con certeza de qué texto se trataba. Se especula con que en la maleta viajaba un manuscrito más acabado de las Tesis sobre la historia. La versión que conocemos de ese libro no es más que un compendio de notas escritas al vuelo entre 1939 y 1940. En aquellos años, el filósofo apuntaba sus reflexiones por todas partes: en su cuaderno, en papeles sueltos, en los márgenes de los periódicos que leía a su paso. Estos apuntes sobrevivieron gracias a Hannah Arendt, a quien Benjamín había entregado una copia mimeografiada en Marsella con la intención de que la hiciera llegar personalmente a Adorno. Aquella entrega se produjo finalmente en 1941, cuando Arendt se refugió en Nueva York.


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