Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

SAN FRANCISCO


Valle inquietante, Anne Wiener

San Francisco era una ciudad de perdedores a la que le estaba costando absorber el flujo entrante de aspirantes a triunfadores. Había sido durante mucho tiempo un refugio para jipis y homosexuales, artistas y activistas, festivaleros y gays amantes del cuero, marginados y desubicados. Pero también había tenido un gobierno históricamente corrupto y un mercado inmobiliario que se había beneficiado de políticas racistas de rehabilitación -el valor del suelo se había incrementado tanto por las prácticas segregacionistas como por las estrategias discriminatorias de calificación urbanística y los campos de internamiento de mediados de siglo-, y todo ello, junto con la realidad de que el sida había acabado antes de tiempo con una generación entera, había hecho que dejara de ser en parte la meca de los libres y de los excéntricos, de los que vivían en los márgenes. Atrapada en la nostalgia de su propia mitología, la ciudad se aferraba a la alucinación de un pasado glorioso, y no se había contagiado del ímpetu reciente del triunvirato oscuro de la tecnología: capital, poder y una masculinidad heterosexual, insulsa y reprimida.

Era un lugar extraño para aquellos jóvenes y adinerados arquitectos del futuro. En ausencia de instituciones culturales vibrantes, el centro de placer de la industria parecía ocuparlo el ejercicio físico: la gente tocaba el cielo corriendo por la montaña o haciendo senderismo, plantaba sus tiendas en campings de lujo de Marin y alquilaba chalés en Tahoe. Muchos iban a trabajar vestidos como si estuvieran a punto de emprender una expedición por los Alpes: chaquetas de plumón de alto rendimiento, anoraks para el mal tiempo y mochilas con mosquetones de adorno. Parecían listos para ponerse a recoger ramas para el fuego y construirse una cabaña, más que para hacer llamadas de ventas o abrir solicitudes desde diáfanas oficinas climatizadas. Parecían disfrazados para ir a jugar a rol en vivo el fin de semana.

La cultura que aquellos residentes buscaban y promovían era un estilo de vida. Interactuaban con su nueva ciudad a base de evaluarla. Las aplicaciones de reseñas ofrecían oportunidades para asignarle una nota a todo: al dim sum, a los parques infantiles y a las rutas de senderismo. Los socios de las startups iban a un restaurante y confirmaban que la comida tenía exactamente el sabor que las reseñas aseguraban que tendría; posteaban fotos que nadie necesitaba de sus aperitivos y vistas detalladas de cada espacio. Buscaban la autenticidad sin darse cuenta de que lo más auténtico de la ciudad, llegado aquel punto, eran ellos.


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