Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

BEBES EN ROMA

SPQR, Mary Berad, p. 338
Los bebés que eran criados seguían en peligro. La estimación más fiable -basada en gran medida en cifras de poblaciones posteriores equiparables- es que la mitad de los niños nacidos no llegaba a los diez años porque moría víctima de toda clase de enfermedades e infecciones, entre ellas las enfermedades habituales de la infancia que hoy en día ya no son letales. Esto significa que, a pesar de que la esperanza de vida en el nacimiento era probablemente tan baja como a mediados de la veintena, un niño que superaba los diez años podía esperar un período de vida no muy distinto del nuestro. Según estas mismas cifras, a un niño de diez años le quedaban de media otros cuarenta años de vida, y una persona de cincuenta podía esperar unos quince más. Los ancianos no eran tan infrecuentes en Roma como cabría pensar. El elevado índice de mortalidad entre los muy jóvenes tenía consecuencias en los embarazos de las mujeres y en el tamaño de las familias. Para mantener simplemente la población existente, cada mujer tenía que parir un promedio de cinco o seis hijos. En  la práctica, esta proporción se eleva a casi nueve cuando se tienen en cuenta otros factores, como la esterilidad y la viudedad. No era precisamente una receta para la liberación generalizada de la mujer.
¿Cómo afectaban estas pautas de nacimiento y muerte a la vida emocional en el seno de la familia? A veces se ha argumentado que, debido a que había tantos niños que no sobrevivían, los padres evitaban implicarse emocionalmente. Las narraciones y la literatura romanas ofrecen una imagen sobrecogedora del padre, haciendo hincapié en el control que ejerce sobre sus hijos, no en el afecto, y se explayan en el terrible castigo que podría imponer por desobediencia, llegando incluso a la ejecución. No obstante, no hay apenas evidencias de ello en la práctica. Es cierto que un bebé recién nacido no se consideraba una persona hasta después de tomar la decisión de criarlo o no y de haberlo aceptado formalmente en la familia. De ahí, hasta cierto punto, la actitud aparentemente despreocupada respecto a lo que nosotros llamaríamos infanticidio. Sin embargo, los miles de emotivos epitafios erigidos por los padres a sus jóvenes retoños indican cualquier cosa menos falta de afecto. «Mi muñequita, mi querida Mania, yace aquí. Solo por pocos años pude darle mi amor. Ahora su padre llora por ella constantemente», rezan los versos escritos sobre una lápida en el norte de África.

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