Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

ENTRE LOS MUERTOS


El colgajo, Philippe Lançon, p. 68
Los muertos casi se cogían de la mano. El pie de uno tocaba la barriga del otro, cuyos dedos rozaban el rostro del tercero, que a su vez se inclinaba hacia la cadera del cuarto, que parecía mirar al techo, y todos, como nunca y para siempre, se convirtieron en esta disposición en mis compañeros. Podría haber sido una figura de una danza macabra, como aquella que desde hacía veinte años iba a ver de tarde en tarde a la iglesia de La Ferté-Loupiere, de camino a la casa de mis abuelos en la región de Nivernais, o una guirnalda de personajes recortados en papel por un niño, una especie de corro bajo arresto, o un descendimiento de la Cruz hecho en horizontal, o incluso una versión inédita y negra de La danza de Matisse. Yo era uno de ellos, pero no estaba muerto, y, en los minutos posteriores a la marcha de los asesinos, no los vi de esta manera, porque no los vi en absoluto. Mi campo de visión había quedado reducido al vacío que nacía del acontecimiento y de mi propia inmovilidad, o, para ser más exactos, de mi suspensión. Aún no había colgado la palabra «asesino» de la silueta que había entrevisto e ignoraba si había venido sola o acompañada. Y o no era consciente del atentado, pero él se había puesto sus anteojeras y se labraba ya el camino hacia los desastres solitarios de la infancia: en ese instante, estaba solo en medio de los demás y no tenía más que cinco o siete años.
La sala de redacción fue en primer lugar ese plano fijo de una película opaca y misteriosa, todavía no trágica, ni realmente empezada ni realmente terminada, una película en la que yo actuaba sin haberlo querido, sin saber qué ni cómo interpretar, sin saber si hacía el papel principal, de doble o de figurante. La escena de repente improvisada flotaba en los escombros de nuestras propias vidas, pero no era la mano de un proyeccionista quien lo había detenido todo: eran unos hombres armados, eran sus balas; era lo que nosotros, los profesionales de la imaginación agresiva, no habíamos imaginado, porque algo así era simplemente inimaginable, al menos en la realidad. La muerte inesperada; el elefante metódico en la cacharrería; el huracán breve y frío; la nada.

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