Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

DEL HOLOCAUSTO


Fin, KO Knusgard, p. 715
Los campesinos polacos no habían entendido lo que ocurrió ni lo que implicaba. La cuestión es si lo entendemos nosotros. Porque no fueron sólo los humildes campesinos polacos los que con su antisemitismo ignorante exterminaron a los judíos. Fueron los alemanes de Berlín, Múnich, Dresde, Frankfurt, las grandes metrópolis europeas, una sociedad prominente y en todos los sentidos ilustrada, en primera fila en lo tecnológico y en lo cultural, también en la generación de Hitler, que es sólo tres generaciones anterior a la nuestra. Podemos decir que el círculo que entonces dirigía Alemania lo componían unos bárbaros, brutales y crueles criminales, y lo eran, pero se trataba de un puñado de personas contra los sesenta millones del país, que se mantenían en el poder porque expresaban lo que la gente quería, eran sus representantes. Pero también limitarlo a Alemania y decir que la causa fue la decadencia de lo alemán es facilitárnoslo demasiado a nosotros. Como ya he mencionado, fueron policías noruegos, no alemanes, los que identificaron, localizaron, reunieron y enviaron a los hombres, mujeres y niños noruegos que acabaron convertidos en cenizas en Auschwitz. Y los hombres, mujeres y niños que se convirtieron en cenizas tenían vecinos, conocidos, colegas, amigos que miraban hacia otra Parte, veían algo distinto, algo que no existía. Ocurrió así en Noruega, ocurrió así en Alemania, ocurrió así en todo el continente. No existía o casi no existía. Nadie sabia lo que estaba pasando. Nadie lo veía. Casi no sucedía. Y luego se acabó. Entonces vimos que lo que había ocurrido no era casi nada, sino lo contrario, algo tan extremo e inmenso que nunca había ocurrido nada parecido a esa escala.
¿Cómo vamos a entenderlo? ¿Que mientras sucede no es casi nada,  que ocurre sin nombres y sin notarse, que los que lo ven no saben lo que están viendo, mientras que luego, cuando ya no existía, se ha entendido corno un punto final de lo humano, nuestra última frontera, algo que nunca jamás tiene que repetirse? ¿Cómo es posible que un único suceso dé origen a dos perspectivas tan distintas? ¿Y cómo podemos saber que no debemos repetirlo nunca jamás si ni siquiera sabíamos lo que estaba ocurriendo mientras ocurría? ¿Por qué no se vio hasta que hubo terminado, cuando ya no había nada que ver? Para entonces todas las personas estaban muertas, todos los barracones y todos los hornos destruidos, se habían plantado árboles y eliminado las huellas. Seguimos sin saber quiénes murieron. Perdieron sus nombres y no los han recuperado, se convirtieron en números y siguen siendo números, seis millones. Yo no sé el nombre de una sola persona exterminada en Chelmno, primero gaseada en un camión, luego quemada hasta convertirse en cenizas en un horno y esparcida por aquel río de allí, mientras que las partes que no se quemaron -los huesos más grandes fueron triturados, convertidos en harina de huesos y también esparcidos por el río, sólo conocemos el número, cuatrocientos mil. Tampoco conozco el nombre de ninguno de los que fueron gaseados y quemados en Treblinka, sólo el número, novecientos mil.

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