Me llamo Nora García. Hace muchos
años que no vengo al pueblo: estaciono mi coche, me acerco tímidamente, con
cautela, a la puerta principal y entro a la casa, apenas la reconozco, ha
cambiado para mal, el jardín descuidado, las plantas secas, el pasto
amarillento, algunos espacios vacíos donde antes había arbustos florecidos. Abajo,
en la barranca, árboles de copa ancha y colorines. Gente en todas partes, me
cohíbo, se me oprime el corazón: conozco a varias personas, no son exactamente las
que más estimo, quizá haya otras de quienes me he olvidado: ha pasado mucho
tiempo. Creo reconocer a una mujer, el cuerpo hinchado, la cara también, su
color es desagradable, ¿será un color fúnebre? Exagero, me digo, es la noticia
de su muerte, el regreso a la casa, el temor a recordar demasiado, la seguridad
de volver a ver a gente que detesto y me ha hecho daño, lo de siempre, las
incertidumbres del corazón.
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