Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

DE LA SEDUCCION


Feliz final, Isaac Rosa, p. 131
: ojo con la seducción, que es el verdadero peligro de las pantallas; la seducción es la marca de nuestro tiempo, el deporte favorito, seducimos a todas horas, yo mismo os estoy seduciendo ahora mismo con mí discurso, pero esa seducción deportiva se vuelve inevitable e irresistible cuando hay una pantalla por medio, todos acabamos seduciendo y siendo seducidos; reconoced/o, en cuanto empezáis a intercambiar mensajes con alguien, no tardáis en arrancar un juego de seducción; podríamos hasta formular una ley científica: toda conversación en redes sociales o mensajes de móvil entre dos personas mínimamente susceptibles de sentir atracción mutua, y que se prolongue en el tiempo, deriva inevitablemente en juego de seducción; es la plaga de nuestro tiempo, la mayoría de las relaciones amorosas empiezan con un intercambio de mensajes pero también terminan por otro intercambio de mensajes, al ser descubierto, por la boca muere el pez. Seguiste pontificando sobre cómo hoy todos necesitamos tasar y revalorizar nuestro capital erótico, los circuitos cerebrales de recompensa que se activan al seducir, la matraca de la dopamina, se notaba que tenías todo muy pensado, no recuerdo si habías incluso publicado algún artículo o estarías pensando en otro posible libro por escribir: un hueco editorial, un nicho de mercado, miles de seducidos y seductores digitales corriendo a comprarlo, yo hice la EGB, a mí me sedujeron en un chat, etcétera. Y remataste señalándome a mí, que estaba al margen de la conversación, teléfono en mano: ahí tenéis a mi mujer, Ángela, lleva toda la tarde con el móvil, ¿quién te está seduciendo, querida? Todos reímos, yo también, pero ya habrás adivinado con quién intercambiaba mensajes en ese momento. Mateo y yo aún estábamos en los primeros peldaños, en pleno juego de seducción, sí, intercambiando bromas, recuerdos, confidencias, planes, canciones favoritas y hasta ese léxico propio que toda pareja construye. Aunque yo rebajaba y hasta descreía cuanto me decía Mateo, pues sabía que era parte de su estrategia seductora, me alcanzaba de lleno, cada mensaje caía ruidoso en el pozo seco de mi autoestima: que yo era una mujer fascinante. Deliciosa. Luminosa. Que estaba haciendo un gran trabajo en el proyecto de Historias de Vida. Que mis hijas eran afortunadas por tener una madre como yo. Que merecía alguien que me valorase. Y por supuesto, que parecía más joven de mis cuarenta, que estaba más bonita ahora  que años antes. Que poseía una sonrisa desarman te, que ya sé, es una expresión trillada, tú dirías que mala literatura, sonrisa desarmante, pero yo también necesitaba mala literatura. Nos estábamos seduciendo, sí, con cada vez menos prudencia aunque aún no sabíamos adónde llegaría tanta palabra disparada. Te concedo la validez de tu teoría: lo que en principio era solo una conversación entre dos conocidos que se descubren llenos de coincidencias y padecen la misma necesidad de ser escuchados fue trepando con tesón de hiedra por esa escalera de caracol que levanta la seducción.

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