Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

GESTION


Feliz Final, Isaac Rosa, p. 113
Gestionar mi deseo, esa expresión te gusta más, ¿verdad? Me acusaste de no haber sabido gestionar mi deseo, eso me dijiste tras descubrir el engaño: la vida en pareja implica una permanente gestión del deseo, me dijiste, por supuesto todos deseamos, yo mismo siento deseo por otras personas pero me concentro en gestionar mi deseo, de eso va la vida en pareja, Ángela, el compromiso, la lealtad, dos sujetos deseantes que aprenden a gestionar el deseo. Qué espanto, escúchate. Gestionar el deseo. Como gestionar tu resentimiento, eso que dijiste antes. Otras veces me acusaste de no ser capaz de gestionar mis miedos, cuando me aterrorizaba dejar a Ana en el colegio tiempo después de su hospitalización, o cuando una fiebre persistente me ponía en guardia y acabábamos otra vez en urgencias: debes gestionar tus miedos, me decías. Todo debía ser gestionado: el deseo, el resentimiento, el miedo, la culpa, el dolor, los recuerdos. Gestionar, gestionar, gestionar. Germán debía aprender a gestionar sus tiempos de estudio. Las niñas tenían que gestionar su frustración, gestionar sus celos, gestionar sus horas de sueño. Tu madre había acabado mal por no saber gestionar su dependencia emocional y su miedo a la soledad. En casa debíamos gestionar horarios, tareas domésticas, menús diarios, ingresos y gastos. ¿Por qué no escribes un libro de autoayuda? Aprende a gestionar tu vida en diez pasos. Gestiona tus sentimientos para alcanzar tus objetivos. Perdona el sarcasmo. Estoy harta de gestionar, qué mierda de palabra, llevamos años gestionando y mira dónde hemos acabado. Y no, no supe gestionar mi deseo tras reencontrarme con Mateo. O si prefieres, no quise gestionar mi deseo. No me importó que se volviese ingestionable. Sé que cualquier cosa que hoy te cuente sobre cómo me sentía yo antes de encontrar a Mateo te sonará a coartada tardía: una reelaboración posterior para justificar el engaño. Yo misma dudo, me pregunto también si la culpa engaña a la memoria, porque me cuesta recuperar sensaciones de aquel tiempo. Nuestro “antes”, el invierno donde prevenir incendios, el monte descuidado a falta de una chispa. Lástima no haber llevado un cuaderno de pena como el tuyo. Tampoco me extraña que pienses que exagero mi malestar previo para exculparme: tú ignorabas cómo estaba yo, de la misma forma que yo desconocía cómo estabas tú, cada uno encerrado en su malestar.

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