Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 860. EXTRAÑOS EN UN TREN / PATRICIA HIGHSMITH

El tren avanzaba impetuosamente, con ritmo furioso y entrecortado. Tenía que detenerse, cada vez con mayor frecuencia, en estaciones de poca monta donde permanecía unos momentos esperando con impaciencia la señal para volver a embestir la pradera. Pero su avance apenas se notaba. Diríase que la pradera ondulaba solamente, como una inmensa manta, rosada y ocre, que alguien estuviese sacudiendo. Cuanto más rápido iba el tren, más vivaces y burlonas eran las ondulaciones.
Guy desvió la mirada de la ventanilla y se retrepó en el asiento. «Miriam daría largas al divorcio en el mejor de los casos -pensó-. Tal vez ni siquiera deseaba divorciarse, sólo dinero. ¿Llegaría realmente a concederle el divorcio alguna vez?»
Se dio cuenta de que el odio empezaba a paralizar sus pensamientos, a convertir en simples callejones sin salida los caminos que su sentido de la lógica le había hecho ver en Nueva York. Podía sentir la presencia de Miriam más allá, ya no muy lejos ahora, sonrosado y pecoso el rostro, irradiando una especie de calor malsano como el de la pradera al otro lado de la   ventanilla. Hosca y cruel.
Automáticamente  alargó la mano para coger un cigarrillo y, por décima vez, recordó que estaba prohibido fumar en los coches Pullman. Lo cogió, de todos modos, y lo golpeó ligeramente dos veces contra la esfera del reloj, consultando la hora al mismo tiempo: eran las 5.12.

«Cualquiera diría que la hora importaba algo hoy» -pensó.

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