Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCINERACION

Escapada, Alice Munro, p. 145
Era necesario hacer un certificado de defunción, de modo que telefonearon al médico de Powell River, que iba una vez por semana a Whale Bay. Él dio a Ailo -que todas las semanas le  servía de asistente- y a una enfermera licenciada la autorización para hacerlo.
En la playa había muchos maderos a la deriva, muchas cortezas de árboles cubiertas de sal marina, con las que se hacen soberbias hogueras. En un par de horas todo estuvo listo. Corrió la noticia ... A pesar del poco tiempo disponible empezaron a llegar mujeres con comida. Fue Ailo quien se hizo cargo de todo: su sangre escandinava, su porte erguido y el pelo blanco suelto parecían ajustarse con naturalidad al papel de Viuda del Mar. Los chiquillos corrían alrededor de los leños y eran ahuyentados de la creciente pira, del sudario que envolvía el bulto sorprendentemente reducido, que había sido Eric. Las mujeres de una de las Iglesias proporcionaron un gran recipiente de café en esa ceremonia semipagana y, para cuando  llegara el momento, en los baúles de los coches y en las cabinas de los camiones dispusieron a discreción cajones de cerveza y botellas de bebidas de todo tipo.

Surgió la cuestión de quién hablaría y de quién encendería la pira. Le preguntaron a Juliet, ¿lo haría ella? Y Juliet -tensa y afanada sirviendo jarros de café- dijo que sería un error porque, como viuda, se suponía que debía arrojarse a las llamas. La verdad es que se rió cuando lo dijo y quienes lo preguntaron se echaron atrás, temerosos de que le diera un ataque de histeria. El hombre que más a menudo compartía la barca con Erica aceptó encender la hoguera, pero dijo no ser orador. Varios pensaron que de cualquier modo no habría sido una buena elección, puesto que su mujer pertenecía a la Iglesia Anglicana y él podría haberse sentido obligado a decir cosas que habrían disgustado a Eric si hubiera podido oírlas. Entonces se ofreció el marido de Ailo: un hombrecito desfigurado años atrás por un incendio a bordo. Era un socialista recalcitrante y ateo. En su discurso se perdió bastante en la trayectoria de Eric, salvo cuando lo proclamó Hermano de Lucha. Se explayó de modo sorprendente, cosa que luego se atribuyó a la vida reprimida que llevaba bajo la férula de Ailo. Puede haber habido cierta inquietud entre la muchedumbre antes de que terminara su retahíla de quejas por las injusticias, cierta sensación de que la ceremonia se estaba convirtiendo en algo no tan dramático, solemne ni desgarrador como era de esperar. Pero cuando el fuego empezó a arder se desvaneció esa sensación, se produjo un silencio reverencial, incluso -o especialmente- entre los niños, hasta el momento en que uno de los hombres gritó: “¡Sacad a los críos de aquí!”. Fue cuando el fuego alcanzó el cuerpo, haciendo que la gente tomara conciencia -aunque fuera un poco tarde- de que, en el instante en que las llamas devoraran la grasa, el corazón, los riñones y el hígado podrían producirse estampidos o ruidos chisporroteantes, que pondrían los pelos de punta. Una buena cantidad de chiquillos fueron sacados en volandas del lugar por las madres, algunos de buena gana, otros consternados. De modo que el acto final de la incineración fue casi una ceremonia masculina y ligeramente escandalosa aunque, en este caso, lícita.

No hay comentarios:

WIKIPEDIA

Todo el saber universal a tu alcance en mi enciclopedia mundial: Pinciopedia