Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

MUJERES DE LONDRES EN EL SIGLO XIX

De La respuesta es no de Wilkie Collins, p. 61
La metrópoli de la Gran Bretaña es, en ciertos sentidos, cono ninguna otra metrópoli sobre la faz de la tierra. En la población que se agolpa en sus avenidas conviven los extremos de la Riqueza y los de la Pobreza. En las calles mismas, la gloria y la vergüenza de la arquitectura -la mansión y el tugurio- se alzan lado a lado como en ningún otro lugar del mundo. En lo que respecta a su dimensión social, Londres es la ciudad de los contrastes.
A la caída de la tarde, Emily salió de la estación terminal del ferrocarril en dirección al lugar de residencia en el que la pérdida de su fortuna había obligado a su tia a buscar refugio. Al acercarse a su destino, el coche pasó -merced al mero expediente de cruzar una calle- de un Parque bello y espacioso, rodeado de mansiones coronadas por estatuas y cúpulas, a una hilera de casas muy cercana a una zanja maloliente mal llamada canal. La ciudad de los contrastes: norte y sur, este y oeste; la ciudad de los contrastes sociales.
Emily ordenó detener el coche frente a la verja del jardín de una casa ubicada al final de la hilera. Al sonido de la campanilla acudió la única sirvienta que quedaba al servicio de su tia: la doncella de la señorita Letitia.

Esa excelente criatura era, en lo tocante a su apariencia, una de esas mujeres infortunadas cuyo aspecto parece indicar que la Naturaleza tenía la intención de hacerlas hombres  y cambió de idea en el último momento. La doncella de la señorita Leriria era alta, flaca y desgarbada. La primera impresión que producía su rostro era la de que tenía muchos huesos. Se alzaban en la frente, se proyectaban en las mejillas y alcanzaban su mayor desarrollo en las mandíbulas. Los ojos cavernosos de esa infeliz miraban, con inflexible obstinación e inflexible bondad, y con d mismo aire severo, a todos sus prójimos. Su ama (a cuyo servicio había permanecido durante más de un cuarto de siglo) la llamaba "Huesitos". Ella aceptaba ese apodo brutalmente justo como una muestra de afectuosa familiaridad que hada honor a una sirvienta. A nadie más le permitía tomarse semejantes libertades: para todos los que no fueran su ama, era la señora Ellmother.

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