Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LA MUERTE DEL PADRE

De Stoner de John Williams, p.98
Hizo los preparativos que habían de hacerse para el funeral y firmó los papeles que necesitaban ser firmados. Como toda la gente del campo, sus padres tenían pólízas de entierro para las cuales durante la mayor parte de sus vidas asignaban unos peniques semanales,  incluso en las épocas de necesidad más acuciante. Había algo penoso en las pólizas que su madre sacó de un viejo baúl de su dormitorio. El lustre de la elaborada letra impresa había empezado a desvanecerse y el papel barato se había vuelto quebradizo con el paso del tiempo. Habló con su madre del futuro, quería que regresara con él a Columbia. Había sitio de sobra, dijo, y –la mentira le punzó- Edith estaría encamada de tener su compañía.
Pero su madre no regresó con él. «No me sentiría cómoda>>, dijo. «Tu padre y yo ... yo he vivido aquí casi toda mi vida. Simplemente no creo que pudiera establecerme en otro sitio y sentirme cómoda con ello. Y aparte, Tobe ... », Stoner recordó que Tobe era el ayudante negro que su padre había contratado hacía muchos años, «Tobe ha dicho que él se quedará aquí ramo tiempo como le necesite. Tiene un buen cuarto preparado en el ático. Estaremos bien».
Stoner discutió con ella, pero ella no cedió. Al final se dio cuenta de que sólo deseaba morir, y deseaba hacerlo en el lugar en el que había vivido, y él sabía que ella merecía esa pequeña dignidad que hallaba en hacerlo como quería.

Enterraron a su padre en un pequeño lugar a las afueras de Booneville y William regresó a la granja con su madre. Aquella noche no pudo dormir. Se vistió y caminó por el campo en el que su padre había trabajado año tras año, hasta el final que ahora había encontrado. Intentó recordar a su padre, pero el rostro que había conocido en su juventud no le venía. Se arrodilló en el campo y tomó un terrón seco de tierra con la mano. Lo rompió y observó los fragmentos, oscuros a la luz de la Luna, deshaciéndose y escurriéndose entre sus dedos. Se sacudió la mano en la pernera del pantalón, se levantó y se fue a casa. No durmió, se tumbó en la cama y se puso a mirar por la única ventana hasta que llegó el amanecer, hasta que no hubo más sombras sobre la tierra, hasta que el infinito se extendió ante él, gris y desierto.

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