Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

DE LA MENTIRA

El argumento, ya digo, es insostenible, aunque cueste más trabajo refutarlo que el anterior. De entrada porque plantea por lo menos dos problemas; dos problemas relacionados entre sí. El primero es descomunal, pero su formulación cabe en una pregunta mínima: ¿es moralmente lícito mentir? A lo largo de la historia, los pensadores se han dividido respecto a esta cuestión en dos tipos básicos: relativistas y absolutistas. Contra lo que cabría suponer, porque el  pensamiento tiende de manera indefectible al absoluto, los mayoritarios son los relativistas, aquellos que, como Platón (que en La República hablaba de una “gennaion pseudos”: una noble mentira) o  como Voltaire (que en una carta de 1736 le escribía a su amigo Nicolas-Claude Thieriot: “Una mentira es un vicio sólo cuando hace el mal; es una gran virtud cuando hace el bien”, razonan que la mentira no siempre es mala y a veces es necesaria, o que la bondad o la maldad de una mentira dependen de la bondad o la maldad de las consecuencias que provoca: si el resultado de la mentira es bueno, la mentira es buena; si el resultado es malo, la mentira es mala. Por el contrario, los absolutistas argumentan que la mentira es en sí misma mala, con independencia de sus resultados, porque constituye una falta de respeto al otro y, en el fondo, una forma de violencia, o un crimen, como dice Montaigne. Pero incluso el propio Montaigne, que odiaba a muerte la mentira y consideraba la verdad como «la primera y fundamental parte de la virtud”, defiende en un ensayo titulado “Un rasgo de ciertos  embajadores”, tal vez recordando las nobles mentiras platónicas, las “mensonges officieux”, mentiras oficiosas o altruistas, formuladas para el beneficio de otros.
En realidad, hasta donde alcanzo sólo Immanuel Kant llevó a su límite lógico el principio absolutista de veracidad y, en una polémica mantenida en 1797 con Benjamín Constant, arguyó que la prohibición de mentir no admite excepciones. Kant puso un ejemplo célebre: supongamos que un amigo se refugia en mi casa porque lo persigue un asesino; supongamos que el asesino llama a la puerta y me pregunta si mi amigo está en casa o no; en esa situación, afirma Kant, mi obligación moral no es mentir sino, como en cualquier otra situación, decir la verdad: mi obligación no es decirle al asesino que mi amigo no está en casa, para tratar de evitar que entre y lo mate, sino decirle que está en casa, aun a riesgo de que entre y lo mate. 

No hay comentarios:

WIKIPEDIA

Todo el saber universal a tu alcance en mi enciclopedia mundial: Pinciopedia