Hacer la guerra, Simone Weil, p. 111
El rechazo de la fuerza alcanza
su plenitud en la concepción del amor. El amor cortés del país de Oc es lo
mismo que el amor griego, aunque el papel tan distinto que tiene la mujer
oculta esta identidad. Pero el menosprecio de la mujer no era lo que inducía a
los griegos a honrar el amor entre hombres, cosa hoy baja y vil. Honraban igual
el amor entre mujeres, como vemos en El banquete de Platón y en el ejemplo de
Safo. Lo que honraban así no era sino el amor imposible. Por consiguiente, no
era sino la castidad. Debido a la extrema facilidad de las costumbres, en el
comercio entre hombres y mujeres casi no había obstáculos, mientras que la
vergüenza impedía a toda alma bien orientada pensar en un goce que los propios
griegos consideraban contra natura. Cuando el cristianismo y la gran pureza de
las costumbres importada por las tribus germánicas colocaron entre el hombre y
la mujer la barrera que faltaba en Grecia, se instauró entre ellos el amor
platónico. El vínculo sagrado del matrimonio ocupó el lugar de la identidad de los
sexos. Los trovadores auténticos no sentían más atracción por el adulterio que
Safo y Sócrates por el vicio, lo que necesitaban era el amor imposible. Hoy
solo podernos concebir el amor platónico como un amor cortés, pero se trata del
mismo amor.
La esencia de este amor queda
reflejada en unas líneas maravillosas de El banquete:
[ ... ] lo más importante es que el Amor no comete ni sufre ninguna
injusticia, ni entre los dioses, ni entre los hombres. Porque lo que tenga que
sufrir no lo sufre obligado, porque la fuerza no afecta al Amor. Y, cuando
actúa, no lo hace obligado, porque cada cual obedece de buena gana y en todo al
Amor. Un acuerdo consentido por ambas partes es justo, dicen las leyes de la
ciudad real.