De Sale el espectro, de Philip Roth, p. 33
La víspera de mi regreso a casa, fui a comer a un pequeño restaurante italiano que quedaba cerca del hotel. Los propietarios del lugar no habían cambiado desde la última vez que comí allí a comienzos de los años noventa, y me llevé una sorpresa cuando Tony, el más joven de la familia, me saludó por mi nombre antes de acompañarme a la mesa del rincón que siempre me había gustado porque era la más tranquila del local.
Te marchas mientras otros, lo cual no tiene nada de asombroso, se quedan atrás para seguir haciendo lo que siempre han hecho, y, cuando regresas, te sientes sorprendido y emocionado por un momento al ver que siguen ahí y, también, tranquilizado, porque hay alguien que se pasa toda la vida en el mismo pequeño lugar y no siente ningún deseo de irse.
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