Por entonces, querido amigo, vivíamos en Fornells —no en el Fornells de Menorca, que es un sitio destemplado y árido, sino en el Fornells de nuestro país, que es abrigado y dulcísímo—. Luego de tanto vagabundear por el mundo y de tantas e inútiles fatigas, convenía pararse a descansar un poco. La determinación fue buena: me fui allí por quince días y seguía allí al cabo de un año, libre de hambre, quehaceres e inquietud.
En aquella época, en Fornells, no había ni iglesia, ni reloj público, ni oficina administrativa, ni encarnación de la autoridad legal. Ni siquiera había cementerio, hecho sorprendente, con los cementerios que hay en este mundo. Ello nos daba la sensación, a los que vivíamos allí, de que no íbamos a morir nunca. Si alguien acertaba a morir, los llantos que ocasiona la presencia de la muerte se convertían en la angustia, más seca, del transporte de un ataúd por caminos inverosímiles. En el paraje había una excelente aguada, bajo los pinos, con un lavadero, donde solían ir a lavar las muchachas de luminosas dentaduras y frescas encías. En invierno, cuando las lluvias acrecentaban los manantiales, brotaba de ellos un chorro de agua como un muslo de mujer, translúcido, con el verdiazul de las venas bajo la carne del agua sonrosada.
Era una dispersión de casas insignificantes, enlazadas con una población remota por senderos y atajos. Ni síquiera había un núcleo urbano apreciable. Entre hombres y mujeres, viejos y niños, seríamos unas treinta y cinco personas, y todas las casas ocupadas se abrían a cuatro vientos, separadas por distancias apreciables. Hubiera sido exagerado hablar de pueblo: eran casas de pescadores levantadas sobre el roquedal aprovechando los rincones más resguardados, rodeadas de matas de len-
2 comentarios:
A mí Fornells no me parece para tanto. Si Pla se refiere al de la Costa Brava. El otro, el de Menorca, también lo conozco, aunque apenas lo recuerdo.
Vi una entrevista de Pla en una sola ocasión. Tenía el aspecto de un portero de fincas, si los porteros de fincas tienen un aspecto específico.
Era un cachondo. Un tipo tranquilo al que la cultura no parecía haber contaminado ni convertido en un petimetre insoportable que se excita escuchándose.
Parecía un asceta hablando de señoritas como si fueran extraterrestres, algo que él nunca hubiera visto.
Decía que el escritor en castellano debía escribir largo, o sea, frases largas, acabadas en colas de lagarto. Nada de laconismos seccionados por constantes puntos y aparte.
Un tipo peculiar.
Hola
Su escritura es dulce, muy dulce. Para mí uno de los mejores estilistas de Expaña
Pincio
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