1
«Veinticuatro esclavos morenos remaban en la espléndida galera que llevaba al príncipe Amgiad al palacio del Califa. El príncipe, sin embargo, envuelto en su manto de púrpura, estaba echado en cubierta bajo el cielo de la noche, de un azul oscuro y tachonado de estrellas, y su mirada...»
Hasta entonces la pequeña había leído en voz alta; ahora, casi de pronto, se le cerraron los ojos. Sus padres se miraron sonriendo, Fridolin se inclinó sobre ella, le besó el rubio cabello y cerró el libro, que descansaba sobre la mesa todavía por recoger. La niña pareció haber sido sorprendida en falta.
—Las nueve—dijo su padre—, es hora de irse a la cama.
Y como, ahora, también Albertine se había inclinado sobre la niña, las manos de ambos padres se encontraron sobre aquella frente querida y, con una sonrisa cariñosa, no dirigida sólo a la niña, sus miradas se cruzaron. La institutriz entró y dijo a la pequeña que diera las buenas noches a sus padres; ella se levantó obediente, ofreció su boca a padre y madre para que la besaran y, silenciosamente, se dejó
7
No hay comentarios:
Publicar un comentario