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Dos hombres aparecen al fondo del bulevar de Courcelles, provenientes de la calle de Rome.
Uno de ellos, de estatura ligeramente superior a la media, no habla. Bajo una amplia gabardina clara y abrochada hasta el cuello, lleva un traje negro con pajarita negra, y unos pequeños gemelos montados con cuarzo-ónice resaltan sus inmaculadas muñecas. Va muy bien vestido, pero su rostro lívido, sus ojos fijos en no se sabe qué denotan un temperamento inquieto. Lleva el pelo blanco peinado hacia atrás. Tiene miedo. Morirá violentamente dentro de veintidós días pero, como no lo sabe, el miedo no le viene de ahí.
El hombre que le acompaña tiene un aspecto totalmente distinto: más joven, notoriamente menos alto, menudo, locuaz y demasiado sonriente, se toca con un sombrerillo de cuadros oscuros y beige, viste un pantalón descolorido a retazos, un jersey deforme sin nada debajo, y calza mocasines jaspeados de humedad.
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