Seguimo scon la línea K, esa marca que nos dice que noimporta abrir las pueras porque ya estamos dentro. Hay he encontrado un texto el El País que me ha dado más pistas.
Es un artículo de opinión de Santiago Roncagliolo titulado Refinamiento del verdugo:
"Hoy, el búnker de Berlín-Hohenschönhausen es conocido mundialmente por La vida de los otros, el último gran éxito del cine alemán. Pero durante cuarenta años, nadie supo de su existencia. Su posición no figuraba en los mapas, ni su nombre en las listas de edificios oficiales. [...]
Berlín-Hohenschönhausen estaba dedicada exclusivamente a presos de conciencia. [...]
Tras la caída del Muro de Berlín, el edificio fue convertido en un museo, y muchos de sus antiguos prisioneros hoy guían a los visitantes. Uno de ellos es un ex hippy que se pasó un año y medio encerrado por tener un grupo de rock.[...]
Entre los instrumentos de tortura que se exhiben al visitante en este pabellón destacan tres: el primero, una habitación hermética donde encerraban al prisionero con unos diez centímetros de agua cubriendo el suelo. [...] El último sistema no es tan fácil de comprender a simple vista: se trata de una puerta abierta en un muro, pero la puerta no da a ninguna parte. El guía explica que la celda es el muro. El prisionero era emparedado en un espacio de 1,5 por 0,4 metros. Ése era el más eficiente.[...]
Significativamente, la tortura más extrema y última parada de la visita es el cuarto oscuro. Encerrado ahí, el preso no sabía si era de día o de noche, y las paredes estaban acolchadas para que ni siquiera pudiese darse cabezazos contra las paredes. No sólo estaba privado de un lugar y de un nombre, sino que ni siquiera era capaz de distinguir el día de la noche, y la cordura de la demencia. En esa habitación, donde se diluían las últimas certidumbres de los hombres, la prisión alcanzaba el punto más alto de burocratización de la crueldad.
Veramente K
Te quiero más que a la salvación de mi alma
JAMESIANA 21
Algo parecido ocurre en Vuelta de tuerca, otra novela de tensión psicológica cuya lectura precisa de toda la ayuda disponible para decidir cómo interpretar la narración central y, de hecho, cuánto de ella es creíble. Como Cumbres borrascosas, esta novela breve de HJ sobre una institutriz y dos diabólicos niños (¿o quizá son pequeños sin malicia?) es narrada desde el exterior hacia el interior. No es en realidad una historia dentro de otra historia, ya que el final de la novela no regresa al escenario inicial, sino que más bien se abre con el relato de una reunión sumamente elegante a la que asiste un narrador en primera persona que es pronto suplantado por otro narrador en primera persona y que después desaparece del relato.
Durante una celebración de Nochebuena, un grupo de invitados está contando historias de fantasmas alrededor de un fuego. Uno de ellos menciona el horror de un aparición que tuvo un niño; entonces, un hombre llamado Douglas pregunta: “¿Qué dirían ustedes de dos niños?”. Los otros invitados se muestran intrigados, especialmente cuando Douglas añade que nadie mas que él ha escuchado esa historia y que “es demasiado horrible”. Así, esa sección funciona no sólo como introducción a la narración, sino como una suerte de texto publicitario, un elegante gancho que Douglas va incrementando a un ritmo constante, del mismo modo en que el mismo HJ va elevándose el listón a sí mismo (por la historia que vendrá a continuación), bastante más arriba de lo que muchos escritores se atreverían a hacer:
-Es algo increíble. No conozco nada que se le aproxime.
-¿De puro terror? –recuerdo que pregunté.
Pareció decirme que no era tan sencillo como eso; realmente no sabía cómo calificarlo. Se pasó una mano por los ojos y puso mala cara.
-De lo espantoso que es… ¡Qué horror¡
-¡Oh, qué delicia¡- exclamó una de las mujeres.
No le prestó atención; me miró, como si, en lugar de verme a mí, estuviera viendo aquello de lo que hablaba.
-Por la pavorosa fealdad y el horror y el sufrimiento que trajo consigo.
-Pues entonces- le dije- siéntese y empiece a contar.
Cómo lee un buen escritor, de Francine Prose, p. 108
JAMESIANA 20
Aunque podemos asociar el estilo de HJ con el empleo de la frase compleja y de largo alcance, uno de los puntos cruciales en la trama de Retrato de una dama acontece sin necesidad de palabras. Ocurre durante la famosa escena en la que Isabel Archer entra en su estudio de dibujo y encuentra a su marido, Gilbert Osmond, hablando con madame Merle. La postura y los gestos de ambos hacen comprender a Isabel que la “amistad” que los ha unido a ambos ha sido más íntima de lo que ella había imaginado. Y también nosotros comprendemos exactamente lo que está pensando, aunque no vivamos en una época en que, si un caballero está cómodamente sentado mientras una mujer permanece en pie, esta mujer sólo puede ser su madre, su hermana, su esposa o, en el caso de madame Merle, su amante y madre de su hijo.
Madame Merle estaba allí, con el sombrero puesto, y Osmond conversaba con ella; durante cosa de un minuto no se dieran cuenta de su presencia. No era la primera vez que Isabel veía una escena parecida, pero lo que jamás había visto, o cuando menos observado, era que su coloquio se hubiese convertido en una especie de silencio familiar, del que, como advirtió de inmediato, su entrada iba a sacarles con un sobresalto. Madame Merle estaba de pie en la alfombra, un poco apartada del fuego, mientras que Gilbert Osmond permanecía sentado en un sillón, con la cabeza apoyada en el respaldo y mirándola fijamente. Madame Merle tenía, como de costumbre, la cabeza erguida, pero bajaba los ojos para fijarlos en él. Lo que primero chocó a Isabel fue que madame Merle estuviese de pie y él sentado; había en eso una anomalía que la impresionó. Luego se percató de que en su intercambio de ideas habían llegado a un apausa espontánea y que estaban meditando frente a frente, con esa libertad de los viejos amigos que intercambian ideas sin necesidad de expresarlas verbalmente, No había en eso nada de que escandalizarse, ya que eran viejos amigos. Pero la escena se plasmó en una imagen que sólo duró un instante, como un súbito fogonazo. Sus posturas respectivas, su mirada mutuamente absorta, le dieron la sensación de haber detectado algo. Pero cuando empezaba a asumirlo, se acabó; madame Merle la había visto y saludado sin moverse de su sitio, en cambio su marido se había puesto en pie de un brinco.
Cómo lee un buen escritor, de Francine Prose, p. 234
Madame Merle estaba allí, con el sombrero puesto, y Osmond conversaba con ella; durante cosa de un minuto no se dieran cuenta de su presencia. No era la primera vez que Isabel veía una escena parecida, pero lo que jamás había visto, o cuando menos observado, era que su coloquio se hubiese convertido en una especie de silencio familiar, del que, como advirtió de inmediato, su entrada iba a sacarles con un sobresalto. Madame Merle estaba de pie en la alfombra, un poco apartada del fuego, mientras que Gilbert Osmond permanecía sentado en un sillón, con la cabeza apoyada en el respaldo y mirándola fijamente. Madame Merle tenía, como de costumbre, la cabeza erguida, pero bajaba los ojos para fijarlos en él. Lo que primero chocó a Isabel fue que madame Merle estuviese de pie y él sentado; había en eso una anomalía que la impresionó. Luego se percató de que en su intercambio de ideas habían llegado a un apausa espontánea y que estaban meditando frente a frente, con esa libertad de los viejos amigos que intercambian ideas sin necesidad de expresarlas verbalmente, No había en eso nada de que escandalizarse, ya que eran viejos amigos. Pero la escena se plasmó en una imagen que sólo duró un instante, como un súbito fogonazo. Sus posturas respectivas, su mirada mutuamente absorta, le dieron la sensación de haber detectado algo. Pero cuando empezaba a asumirlo, se acabó; madame Merle la había visto y saludado sin moverse de su sitio, en cambio su marido se había puesto en pie de un brinco.
Cómo lee un buen escritor, de Francine Prose, p. 234
LA CARRETERA
LA CARRETERA
Tenía calentura y se escondieron en el bosque como fugitivos. No había dónde encender fuego. Ningún sitio seguro. El chico permanecía sentado en la hojarasca observándole. Al borde del llanto. ¿Te vas a morir, papá?, dijo. ¿Te vas a morir?
No. Solo he caído enfermo.
Estoy muy asustado.
Lo sé. No te preocupes. Me pondré bien. Ya lo verás.
Sus sueños se animaron. El mundo olvidado reapareció. Parientes fallecidos hacía mucho tiempo irrumpían en sus sueños y se lanzaban chocante miradas de soslayo. Ninguno decía nada. Pensó en su vida. Hacía tanto tiempo… Un día gris en una ciudad extranjera mirando la calle asomado a una ventana. A su espalda sobre una mesa de madera ardía una lámpara pequeña. En la mesa libros y papeles. Había empezado a llover y en la esquina un gato daba media vuelta y cruzaba la acera y se instalaba bajo el toldo de la cafetería. Había allí una mujer sentada a una mesa, la cabeza entre las manos. Años después había estado en las ruinas calcinadas de una biblioteca donde los libros yacían renegridos en charcos de agua. Los estantes volcados. Rabia contra las mentiras dispuestas en millares de hileras sucesivas. Cogió uno de los libros y pasó las páginas tan hinchadas. El no hubiera dado valor a la más mínima cosa basada en un mundo futuro. Le sorprendió. Que el espacio que dichas cosas ocupaban fuera en sí mismo una expectativa. Dejó caer el libro y echó un último vistazo alrededor y salió a la fría luz gris.
La carretera,Cormac McCarthy, p.139
Tenía calentura y se escondieron en el bosque como fugitivos. No había dónde encender fuego. Ningún sitio seguro. El chico permanecía sentado en la hojarasca observándole. Al borde del llanto. ¿Te vas a morir, papá?, dijo. ¿Te vas a morir?
No. Solo he caído enfermo.
Estoy muy asustado.
Lo sé. No te preocupes. Me pondré bien. Ya lo verás.
Sus sueños se animaron. El mundo olvidado reapareció. Parientes fallecidos hacía mucho tiempo irrumpían en sus sueños y se lanzaban chocante miradas de soslayo. Ninguno decía nada. Pensó en su vida. Hacía tanto tiempo… Un día gris en una ciudad extranjera mirando la calle asomado a una ventana. A su espalda sobre una mesa de madera ardía una lámpara pequeña. En la mesa libros y papeles. Había empezado a llover y en la esquina un gato daba media vuelta y cruzaba la acera y se instalaba bajo el toldo de la cafetería. Había allí una mujer sentada a una mesa, la cabeza entre las manos. Años después había estado en las ruinas calcinadas de una biblioteca donde los libros yacían renegridos en charcos de agua. Los estantes volcados. Rabia contra las mentiras dispuestas en millares de hileras sucesivas. Cogió uno de los libros y pasó las páginas tan hinchadas. El no hubiera dado valor a la más mínima cosa basada en un mundo futuro. Le sorprendió. Que el espacio que dichas cosas ocupaban fuera en sí mismo una expectativa. Dejó caer el libro y echó un último vistazo alrededor y salió a la fría luz gris.
La carretera,Cormac McCarthy, p.139
DAVID DOSTER WALLACE, VILA-MATAS Y K
DAVID DOSTER WALLACE, VILA-MATAS Y K
Y es esto, creo yo, lo que hace que el ingenio de Kafka sea inaccesible para unos niños a quienes nuestra cultura ha educado para que vean las bromas como entretenimiento y el entretenimiento como algo reconfortante. No es que los estudiantes no “pillen” el humor de K sino que los hemos enseñado a ver el humor como algo que se pilla, de las misma forma que les enseñamos que el “yo” es algo que se tiene sin más. No es de extrañar que no puedan apreciar el chiste que hay en el centro mismo de K: que la horrible pugna por establecer un 2yo” humano resulta en un “yo” cuya humanidad es inseparable de esa pugna horrible. Que nuestro viaje interminable e imposible hacia el hogar es de hecho nuestro hogar. Es difícil de explicar con palabras cuando uno está frente a la pizarra, créanme. Se les puede decir a los alumnos que tal vez sea bueno que no “pillen” a K. Se les puede pedir que imaginen que sus relatos tratan todos de una especie de puerta. Que nos imaginemos acercándonos y llamando a esa puerta, cada vez más fuerte, llamando y llamando, no sólo deseando que nos dejen entrar sino también necesitándolo; no sabemos qué es pero lo sentimos, esa desesperación total por entrar, por llamar y dar porrazos y patadas. Y que por fin esa puerta se abre…y se abre hacia fuera: que durante todo este tiempo ya estábamos dentro de lo que queríamos. Das ist komisch.
Hablemos de langostas, de David Foster Wallace, p.86
-No pienso abrirles ni loco –les dije.
-¿por qué? –preguntaron, cada vez más muertos de miedo.
Decidí hablarles con el estilo de un predicador.
-Porque el mundo es grande y en él hay sólo una puerta cerrada y todas las demás están abiertas, con toda la gente fuera. Y porque hay una idea general, por parte de todos, de lo que se podría ver si la única puerta cerrada se abriera. Pero lo que todos creen que se podría ver, nunca es realmente lo que se ve su se abre la puerta.
Silencio.
-No les abriré –repetí.
Por la mirilla, sigilosamente, comprobé que les había hecho un favor. Se oyeron de repente, al ver que no les abría, sus suspiros de profundo alivio. Casi parecía que lloraran de alegría y de tranquilidad recuperada. Se quedaron un rato allí, sin la menor intención de dar un paso más, y menos aún de pedir que les dejar entrar. Era como si supieran que su salvación estaba en el abismo, pero que no era nada urgente que cruzaran el bendito umbral.
Materia oscura, en: Exploradores del abismo, de Enrique Vila-Matas, p. 110
Y es esto, creo yo, lo que hace que el ingenio de Kafka sea inaccesible para unos niños a quienes nuestra cultura ha educado para que vean las bromas como entretenimiento y el entretenimiento como algo reconfortante. No es que los estudiantes no “pillen” el humor de K sino que los hemos enseñado a ver el humor como algo que se pilla, de las misma forma que les enseñamos que el “yo” es algo que se tiene sin más. No es de extrañar que no puedan apreciar el chiste que hay en el centro mismo de K: que la horrible pugna por establecer un 2yo” humano resulta en un “yo” cuya humanidad es inseparable de esa pugna horrible. Que nuestro viaje interminable e imposible hacia el hogar es de hecho nuestro hogar. Es difícil de explicar con palabras cuando uno está frente a la pizarra, créanme. Se les puede decir a los alumnos que tal vez sea bueno que no “pillen” a K. Se les puede pedir que imaginen que sus relatos tratan todos de una especie de puerta. Que nos imaginemos acercándonos y llamando a esa puerta, cada vez más fuerte, llamando y llamando, no sólo deseando que nos dejen entrar sino también necesitándolo; no sabemos qué es pero lo sentimos, esa desesperación total por entrar, por llamar y dar porrazos y patadas. Y que por fin esa puerta se abre…y se abre hacia fuera: que durante todo este tiempo ya estábamos dentro de lo que queríamos. Das ist komisch.
Hablemos de langostas, de David Foster Wallace, p.86
-No pienso abrirles ni loco –les dije.
-¿por qué? –preguntaron, cada vez más muertos de miedo.
Decidí hablarles con el estilo de un predicador.
-Porque el mundo es grande y en él hay sólo una puerta cerrada y todas las demás están abiertas, con toda la gente fuera. Y porque hay una idea general, por parte de todos, de lo que se podría ver si la única puerta cerrada se abriera. Pero lo que todos creen que se podría ver, nunca es realmente lo que se ve su se abre la puerta.
Silencio.
-No les abriré –repetí.
Por la mirilla, sigilosamente, comprobé que les había hecho un favor. Se oyeron de repente, al ver que no les abría, sus suspiros de profundo alivio. Casi parecía que lloraran de alegría y de tranquilidad recuperada. Se quedaron un rato allí, sin la menor intención de dar un paso más, y menos aún de pedir que les dejar entrar. Era como si supieran que su salvación estaba en el abismo, pero que no era nada urgente que cruzaran el bendito umbral.
Materia oscura, en: Exploradores del abismo, de Enrique Vila-Matas, p. 110
LOS MACGUFFIN DE JED RUBENFELD
Citas de La intrepretación del asesinato:
"El deseo, en un hombre, dice Hegel, siempre empieza por un deseo del deseo del otro."
p.291
"-Mi querido muchacho -respondió Freud con brusquedad-, eso me trae a las mientes una de esas novelas del hermano de William James, ¿cómo se llama?
-¿Henry, señor?
-Sí, Henry.- Pero si me imaginaba que Freud iba a contestar a mi pregunta estaba equivocado. Se volvióa a Ferenczi y a Bril y dijo-: ¿Preferirían ustedes que hiciésemos del psicoanálisis un asunto nacional judío?"
p.313
"El deseo, en un hombre, dice Hegel, siempre empieza por un deseo del deseo del otro."
p.291
"-Mi querido muchacho -respondió Freud con brusquedad-, eso me trae a las mientes una de esas novelas del hermano de William James, ¿cómo se llama?
-¿Henry, señor?
-Sí, Henry.- Pero si me imaginaba que Freud iba a contestar a mi pregunta estaba equivocado. Se volvióa a Ferenczi y a Bril y dijo-: ¿Preferirían ustedes que hiciésemos del psicoanálisis un asunto nacional judío?"
p.313
JAMESIANA 19
Ante la tumba de Henry James
La nieve, menos intransigente que su mármol,
Ha dejado a estas lápidas la defensa del blanco,
Y los charcos que yacen a mis pies
Hacen hueco al azul, eco a las nubes
Que ocurren en el cielo, y a cualquier ave o visitante
Que el momento fugaz subraya lo duplican.
Las rocas, entretanto, nombradas en honor de espacios singulares
En cuyos interiores deambularon antaño imágenes capaces
De hacer temblar a otros y ofenderlos,
Se levantan aquí con quietud inocente, señalando el enclave
Donde una serie más de errores perdió su rasgo distintivo
Y halló su fin la novedad.
¿A quién favorecieron aquellas transacciones,
Mundos de reflexión canjeados por árboles?
¿Qué suceso viviente puede
Hacer justicia a quienes faltan? Medita su reflejo el mediodía,
Y la pequeña estela taciturna, único testimonio
De un gran hombre locuaz,
No tiene más idea que mi sombra ignorante
De cotejos odiosos o relojes distantes
Que retan y perturban
La lectura instantánea que el corazón hace del tiempo, el tiempo
Que ha dejado de ser un cálido misterio
Para tí, a quien rindo mi homenaje privado;
Ahora, despierto en nuestra factoría solar,
Ese motor primario, la tierra, que gendarmes,
Contables y aspirinas dan tosos por sentado,
Donde los torpes y lo stristes pueden sentarse y todos
Los que admiran lo bello, el ámbito común
Del Maestro y la rosa,
¿No habré de bendecirte mientras abrumado con
Mis pequeñas preguntas inferiores, me asomo
Por encima del lecho donde yaces,
Tú que abrías tu pecho entregado a tu Bon cuando venía a tí
Con Sus irresistibles razones implorando
Tiernamente en Su seno?
Con qué inocencia se plegaba tu mano
A esas reglas formales con que juegan los niños,
Mientras tu corazón, meticuloso igual,
Que una monja discreta, permaneció leal a esa rara nobleza
De tus lúcidas dotes e ignorço, por su amor,
A la sañuda masa murmuradora,
Cuyo odio rumiante de aquello que no puede
Robarse o rebajarse aún campa a sus anchas;
La muerte de ninguno calmará su avidez
De infamar el paisaje de lo Notable y ver
Cómo la sangre de lo Personal sufre un paro sistólico,
Los Altos se deshacen en polvo reducido.
Protégeme, Maestro, de su vago aliciente;
Tuya sea la imagen disciplinaria
Que me proteja del error agradable
Y las garras del turbulento Enredo, no sea que la Proporción
Arroje el frío alpino de su desdén editorial
En mi libre canción improvisada.
Todos serán juzgados. Maestro del matiz y del escrúpulo,
Reza por mí y por todos los escritores, vivos o muertos;
Porque hay muchos cuyas obras
Son de mejor gusto que sus vidas, porque la vanidad
De nuestra vocación no tiene fin, ampáranos,
Haz frente a la traición de los oficinistas.
WH Auden, ¿Primavera 1941?
La nieve, menos intransigente que su mármol,
Ha dejado a estas lápidas la defensa del blanco,
Y los charcos que yacen a mis pies
Hacen hueco al azul, eco a las nubes
Que ocurren en el cielo, y a cualquier ave o visitante
Que el momento fugaz subraya lo duplican.
Las rocas, entretanto, nombradas en honor de espacios singulares
En cuyos interiores deambularon antaño imágenes capaces
De hacer temblar a otros y ofenderlos,
Se levantan aquí con quietud inocente, señalando el enclave
Donde una serie más de errores perdió su rasgo distintivo
Y halló su fin la novedad.
¿A quién favorecieron aquellas transacciones,
Mundos de reflexión canjeados por árboles?
¿Qué suceso viviente puede
Hacer justicia a quienes faltan? Medita su reflejo el mediodía,
Y la pequeña estela taciturna, único testimonio
De un gran hombre locuaz,
No tiene más idea que mi sombra ignorante
De cotejos odiosos o relojes distantes
Que retan y perturban
La lectura instantánea que el corazón hace del tiempo, el tiempo
Que ha dejado de ser un cálido misterio
Para tí, a quien rindo mi homenaje privado;
Ahora, despierto en nuestra factoría solar,
Ese motor primario, la tierra, que gendarmes,
Contables y aspirinas dan tosos por sentado,
Donde los torpes y lo stristes pueden sentarse y todos
Los que admiran lo bello, el ámbito común
Del Maestro y la rosa,
¿No habré de bendecirte mientras abrumado con
Mis pequeñas preguntas inferiores, me asomo
Por encima del lecho donde yaces,
Tú que abrías tu pecho entregado a tu Bon cuando venía a tí
Con Sus irresistibles razones implorando
Tiernamente en Su seno?
Con qué inocencia se plegaba tu mano
A esas reglas formales con que juegan los niños,
Mientras tu corazón, meticuloso igual,
Que una monja discreta, permaneció leal a esa rara nobleza
De tus lúcidas dotes e ignorço, por su amor,
A la sañuda masa murmuradora,
Cuyo odio rumiante de aquello que no puede
Robarse o rebajarse aún campa a sus anchas;
La muerte de ninguno calmará su avidez
De infamar el paisaje de lo Notable y ver
Cómo la sangre de lo Personal sufre un paro sistólico,
Los Altos se deshacen en polvo reducido.
Protégeme, Maestro, de su vago aliciente;
Tuya sea la imagen disciplinaria
Que me proteja del error agradable
Y las garras del turbulento Enredo, no sea que la Proporción
Arroje el frío alpino de su desdén editorial
En mi libre canción improvisada.
Todos serán juzgados. Maestro del matiz y del escrúpulo,
Reza por mí y por todos los escritores, vivos o muertos;
Porque hay muchos cuyas obras
Son de mejor gusto que sus vidas, porque la vanidad
De nuestra vocación no tiene fin, ampáranos,
Haz frente a la traición de los oficinistas.
WH Auden, ¿Primavera 1941?
LA CARRETERA
Empezaron a encontrar junto a la carretera algún que otro mojó de piedras. Eran señales en idioma gitano, pateranes perdidos. El primero que veía en bastante tiempo, comunes en el norte a medida que salías de las ciudades saqueadas y exhaustas, mensajes sin esperanza para seres queridos desparecidos o muertos. Todas las provisiones de comida se habían agotado ya y el asesinato reinaba en la región. El mundo al poco tiempo poblado mayormente por hombres que se comían a tus hijso ante tus propios ojos y las ciudades en poderr de bandas de atezados saqueadores que abrían túneles en las ruinas y salían reptando de los escombros blancos de dientes y ojos con bolsas de malla repletas de latas chamuscadas y anñonimas como compradores salidos de los economatos del infierno. El blando talco negro barría las calles cual tinta de calamar desparramándose por un lecho marino y el frío se pegaba al suelo y oscurecía temprano y los carroñeros al pasar con sus antorchas por los escarpados desfiladeros dejaban en la ceniza ollos como de seda que se cerraban silenciosamente a su paso como ojos. En las carreteras los peregrinos se derrumbaban y caían y morían y la tierra yerma y amortajada iba rodando hasta el otro lado del sol y regresaba sin dejar huella y tan inadvertida como la trayectoria de cualquier mundo hermano sin nombre en las inmemeoriales tinieblas del más allá.
La carretera de Cormac McCarthy, p.134-135
La carretera de Cormac McCarthy, p.134-135
LA CARRETERA
Es muy fuerte lo de los zombis, después del estupendísimo relato de Bolaño en su último libro y de las varias películas que, con mayor o menor fortuna, rozan y rizan el tema, ahora es Cormac el que nos habla del tema y nos deja sin aliento, con perdón. Copio un parrafito:
" Escarbaron en las ruinas calcinadas de las casas en las que antes no habían entrado. Un cadáver flotando en el agua negra de un sótano entre desperdicios y cañerías herrumbrosas [lanzas]. Entró en una sala de estar parcialmente incendiada y a cielo abierto. Las tablas alabeadas por el agua inclinándose hacia el exterior. Tomos empapados en una librería. Cogió uno y lo abrió, y luego lo volvio a dejar donde estaba. Todo húmedo. Pudriéndose. En un cajón encontró una vela. No había como encenderla. Se la metió en el bolsillo. Salió a la luz gris y se quedó allí de pie y fugazmente vió la verdad absoluta del mundo. El frío y despiadado girar de la tierra intestada. Oscuridad implacable. Los perros ciegos del sol en su carrera. El aplastante vació negro del universo. Y en alguna parte dos animales perseguidos temblando como zorros escondidos en su madriguera. Tiempo prestado y mundo prestado y ojos prestados con que llorarlo."
La carretera, de Cormac McCarthy, p.99-
Es casi Homero, ¿no?
" Escarbaron en las ruinas calcinadas de las casas en las que antes no habían entrado. Un cadáver flotando en el agua negra de un sótano entre desperdicios y cañerías herrumbrosas [lanzas]. Entró en una sala de estar parcialmente incendiada y a cielo abierto. Las tablas alabeadas por el agua inclinándose hacia el exterior. Tomos empapados en una librería. Cogió uno y lo abrió, y luego lo volvio a dejar donde estaba. Todo húmedo. Pudriéndose. En un cajón encontró una vela. No había como encenderla. Se la metió en el bolsillo. Salió a la luz gris y se quedó allí de pie y fugazmente vió la verdad absoluta del mundo. El frío y despiadado girar de la tierra intestada. Oscuridad implacable. Los perros ciegos del sol en su carrera. El aplastante vació negro del universo. Y en alguna parte dos animales perseguidos temblando como zorros escondidos en su madriguera. Tiempo prestado y mundo prestado y ojos prestados con que llorarlo."
La carretera, de Cormac McCarthy, p.99-
Es casi Homero, ¿no?
CANCION DEL PÌRATA
Con diez cañones por banda,viento en popa, a toda vela,no corta el mar, sino vuela un velero bergantín.Bajel pirata que llaman,por su bravura, El Temido,en todo mar conocido del uno al otro confín.
La luna en el mar riela en la lona gime el viento,y alza en blando movimiento olas de plata y azul;y va el capitán pirata,cantando alegre en la popa, Asia a un lado, al otro Europa,y allá a su frente Istambul:
Navega, velero mío sin temor,que ni enemigo navío ni tormenta, ni bonanza tu rumbo a torcer alcanza, ni a sujetar tu valor.
Veinte presas hemos hecho a despecho del inglésy han rendido sus pendones cien naciones a mis pies.
Que es mi barco mi tesoro,que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento,mi única patria, la mar.
Allá; muevan feroz guerra ciegos reyes por un palmo más de tierra; que yo aquí; tengo por mío cuanto abarca el mar bravío,a quien nadie impuso leyes.
Y no hay playa, sea cualquiera,ni bandera de esplendor, que no sienta mi derecho y dé pechos mi valor.
Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar.
A la voz de "¡barco viene!" es de ver cómo vira y se previene a todo trapo a escapar; que yo soy el rey del mar,y mi furia es de temer.
En las presas yo divido lo cogido por igual; sólo quiero por riquezala belleza sin rival.
Que es mi barco mi tesoro,que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar.
¡Sentenciado estoy a muerte!Yo me río no me abandone la suerte, y al mismo que me condena, colgaré de alguna antena, quizá; en su propio navío. Y si caigo,¿qué es la vida?Por perdida ya la di, cuando el yugo del esclavo,como un bravo,sacudí.
Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento,mi única patria, la mar.
Son mi música mejora quilones, el estrépito y temblor de los cables sacudidos, del negro mar los bramidos y el rugir de mis cañones.
Y del trueno al son violento,y del vientoal rebramar,yo me duermo sosegado,arrullado por el mar.
Que es mi barco mi tesoro,que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar.
La luna en el mar riela en la lona gime el viento,y alza en blando movimiento olas de plata y azul;y va el capitán pirata,cantando alegre en la popa, Asia a un lado, al otro Europa,y allá a su frente Istambul:
Navega, velero mío sin temor,que ni enemigo navío ni tormenta, ni bonanza tu rumbo a torcer alcanza, ni a sujetar tu valor.
Veinte presas hemos hecho a despecho del inglésy han rendido sus pendones cien naciones a mis pies.
Que es mi barco mi tesoro,que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento,mi única patria, la mar.
Allá; muevan feroz guerra ciegos reyes por un palmo más de tierra; que yo aquí; tengo por mío cuanto abarca el mar bravío,a quien nadie impuso leyes.
Y no hay playa, sea cualquiera,ni bandera de esplendor, que no sienta mi derecho y dé pechos mi valor.
Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar.
A la voz de "¡barco viene!" es de ver cómo vira y se previene a todo trapo a escapar; que yo soy el rey del mar,y mi furia es de temer.
En las presas yo divido lo cogido por igual; sólo quiero por riquezala belleza sin rival.
Que es mi barco mi tesoro,que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar.
¡Sentenciado estoy a muerte!Yo me río no me abandone la suerte, y al mismo que me condena, colgaré de alguna antena, quizá; en su propio navío. Y si caigo,¿qué es la vida?Por perdida ya la di, cuando el yugo del esclavo,como un bravo,sacudí.
Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento,mi única patria, la mar.
Son mi música mejora quilones, el estrépito y temblor de los cables sacudidos, del negro mar los bramidos y el rugir de mis cañones.
Y del trueno al son violento,y del vientoal rebramar,yo me duermo sosegado,arrullado por el mar.
Que es mi barco mi tesoro,que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar.
JAMESIANA 18
La imaginación de Henry James fue tan fecunda y tan inagotable que tenía que limitar los données de sus novelas a sólo unos pocos personajes en una situación limitada, a fin de aspirar a terminar incluso una novela que ya tenía varios cientos de páginas. A pesar de esto, es notorio que James tuvo que amontonar sus conclusiones y acabar con “desarrollos desencaminados”. De manera parecida, Derrida puede ver tanto en tan poco que a menudo se maneja con obras breves o con menciones delimitadas de ciertas obras. Además, las trata desde la perspectiva de una única cuestión, problemática o tema. Un ejemplo podría ser la problemática del don en la lectura del poema en prosa de Baudelaire “La moneda falsa”, en Donner le temps [Dar (el) tiempo] (citado de aquí en adelante como DT). Lo que Derrida dice acerca de esa problemática podría aplicarse a toda su crítica literaria: “nous partons toujours de textes dans l’élaboration de cette problématique, de textes au sens courant et traditionnel des lettres écrites, voire de la littérature, ou de textes au sens de traces différentielles suivant un concept que nous avons élaboré ailleurs (DT, 130).** La literatura, como el lector puede observar, es un caso ejemplar de una característica general de todos los textos, esto es, que son “traces différantielles”.
A diferencia de los objetos matematizables, que son, según parece, libres de cualquier determinación cultural o histórica –como parecen ser libres los números, el álgebra y los gráficos matemáticos– el objeto literario está ceñido al así llamado “lenguaje natural”, limitado por sus formas. La copa dorada, de Henry James, está sujeta al idioma inglés de un cierto periodo de su desarrollo histórico, lo mismo que “La moneda falsa” de Baudelaire lo está al francés. Traducir cualquiera de ellos es hasta cierto punto calumniarlo, desnaturalizarlo. Sin embargo, al igual que un triángulo o un cuadrado, una obra literaria es un “objeto ideal”. ¿Qué diablos significa esto? Un triángulo es un objeto ideal porque su existencia no depende en absoluto de ningún triángulo en particular, por ejemplo, aquellos que puedo inscribir con una regla sobre un papel. Aun cuando todo triángulo inscrito de cualquier clase, incluyendo aquellos fortuitos formado, por ejemplo, por las ramitas que caen de un árbol, fuera a desaparecer, el triángulo ideal todavía seguiría existiendo. El proyecto algo ultrajante de Derrida consistía en transferir esa presunción al objeto literario y proclamar que también él es ideal. Esto significaría que aunque el lector puede tener acceso al “mundo” abierto por La copa dorada únicamente a través de la lectura de La copa dorada y por ningún otro medio, ese reino continuaría existiendo como objeto ideal aún cuando todas y cada una las copias de La copa dorada fueran destruidas. Es en este sentido que Derrida habla de “la idealidad del objeto literario”. Es una obligación ineludible hacia esa idealidad del objeto literario la que le impone al escritor el deber de la no respuesta o de la no responsabilidad, vale decir, un rechazo en nombre de, con la autoridad de una responsabilidad mucho mayor, como cuando Derrida dice: “Este lenguaje y estos pensamientos, que son además nuevas responsabilidades, despiertan en mí un respeto que, a cualquier costo, ni puedo ni estoy dispuesto a comprometer.”
La literatura es para Derrida la posibilidad de que cualquier expresión, escrito o marca sea iterada en innumerables contextos y funciones en ausencia de un hablante, un contexto, una referencia o un oyente identificable. Esto no significa que la función referencial del lenguaje esté suspendida o anulada en la literatura. La función referencial del lenguaje no puede ser suspendida o anulada. Significa, no obstante, que un lector, por ejemplo, probablemente busque en vano un referente de la “vida real” para la “Kate Croy” a la que se refieren los primeros párrafos de Las alas de la paloma, de Henry James. Digo “probablemente” porque uno nunca sabe con certeza. Sin embargo, el narrador de esa novela, al contrario de su autor, habla como
si Kate Croy hubiese tenido una existencia real y verificable fuera del lenguaje o la “literatura”: “Esperó, Kate Croy, a que su padre entrara, pero él la demoró desmedidamente...”. Nada, parece, distingue a esta oración del lenguaje que habría podido usarse en una biografía de una Kate Croy real, del mismo modo que nada distinguiría un directorio telefónico ficticio de uno real, al menos hasta que uno intentara marcar los números de la libreta ficticia.
James Derrida y las humanidades; Tomo Cohen, coordinador
JAMESIANA 17
“A Oscar Wilde [Vernon Lee] lo juzgó “amable”, pero él la evitaba, y en cuanto a Henry James, a quien veneraba y dedicó una novela, no tuvo suerte con él: James la alabó y se interesó por sus obras (“Tiene una celebración prodigiosa”, dijo), pero se volvió esquivo tras la publicación de un cuento de Lee en el que él aparecía retratado sin disimulo (el mayor pecado no era que lo hubiera utilizado, sino que lo hubiera hecho sin que lo hubiera hecho sin el suficiente filtro literario). Y aunque James no se dignó leerlo, las referencias le fueron bastante para prevenir pro carta a su hermano William, el filósofo: “Es tan peligrosa y extraña como inteligente, lo cual equivale a decir muchísimo. Su vigor y la envergadura de su intelecto son de lo más infrecuente y su conversación absolutamente superior. Pero sé moderado en materia de amistad. ¡ Es una gata montés¡”
Vernon Lee, la gata montés (Presentación) por Javier Marías
JAMESIANA 16
-Ah, me quedaré una temporada al menos -rió con inseguridad-. Mal quiere que vaya a la Clínica Mayo... ¡a que me examinen la cabeza¡ -hizo un nuevo intento por reír, pero tampoco lo logró. Miró a lo lejos, hacia el mar-. Tal vez Phoebe y yo podamos llegar a ser... -sonrió entristecida-. Tal vez podamos llegar a ser amigas. Además, alguien tendrá que mantenerla lejos de las garras de Rose. Rose quiere llevársela a Europa y convertirla en una heroína de Henry James -calló un instante y bajó la mirada; nunca le resulatba a él tan querida como cuando se miraba lass puntas de los pies de ese modo, examinando el suelo con el ceño fruncido, en busca de algo que nunca estaba allí-. ¿Te has acostado con elle -preguntó, bajando la voz-, con Rose?
El negó con un gesto.
El secreto de Christine, de Benjamin Black, p. 382.
BENJAMIN BLACK es JOHN BANVILLE.
El negó con un gesto.
El secreto de Christine, de Benjamin Black, p. 382.
BENJAMIN BLACK es JOHN BANVILLE.
JAMESIANA 15
JAMESIANA 14
X: "Tengo una tríada gloriosa. Repito uno, el Henry James de Blanche. Extraordinario chaleco. Es The old master sin reticencias. Y a la vez podría ser un patricio... patricio de una gran nación... alguien que sabe aconsejar a reyes y gobernantes. Añado también el retrato de Walter Scott. Obra de no sé quién. El gran hombre ecaúanime, buen conocedor de las flaquezas y las grandezas humanas. Y el tercero tal vez os sorprenda. Es Manzoni, otro patricio. La serenidad de quien sabe cómo es la naturaleza humana y a la vez siente misericordia".
La gran rutina, de Valentí Puig, p. 50
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