Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

VIDA Y DESTINO

La nieve se había derretido ya cuando la gente comenzó a hincharse; les había sobrevenido el edema del hambre: rostros inflados, piernas como cojines, agua en el vientre, se orinaban todo el rato encima, no les daba tiempo para salir a hacerlo fuera. ¡Y sus hijos! ¿Has visto en los periódicos los niños en los campos alemanes? Idénticos: cabezas peladas como balas de cañón, cuellos delgados de cigüeña, en las manos y en los pies se veía cómo se movía cada huesecito por debajo de la piel, esqueletos envueltos en piel, una gasa amarilla. Niños con caras envejecidas, atormentadas, como si llevaran en el mundo setenta años, y hacia la primavera no tenían ni siquiera cara, más bien la cabecita de un pájaro con su piquito.

Algunos campesinos habían enloquecido, sólo hallaban paz en la muerte. Se les reconocía por los ojos, brillantes. Estos eran los que troceaban los cadáveres y los hervían, mataban a sus propios hijos y se los comían. En ellos se despertaba la bestia cuando el hombre moría en ellos. Vi a una mujer, la habían traído bajo escolta al centro del distrito. Su cara era la de un ser humano, pero tenía los ojos de lobo. Dicen que a estos, los caníbales, los fusilaron. Pero ellos no eran culpables; culpables eran los que llevaron a una madre hasta el extremo de comerse a sus hijos. Pero ¿crees que se puede encontrar aI culpable? Ve y pregunta. Era por hacer el bien, el bien de la humanidad, que llevaron a las madres hasta ese punto.

Entonces lo comprendí: todos los hambrientos son, en cierto sentido, caníbales.  Consumen su  propia carne, sólo les quedan huesos, devoran su grasa hasta el último gramo. Luego se les enturbia la razón: también se han comido el cerebro. Se han devorado por completo. Conocí a una mujer, tenía cuatro hijos. Les contaba cuentos para que se olvidasen del hambre, aunque apenas podía mover la lengua; los cogía en brazos, aunque no tenía fuerza para levantarlos. Y es que el amor vivía en ella. La gente se dio cuenta de que allí donde vencía el odio, morían más rápidamente. Aunque el amor tampoco salvó ninguna vida. El pueblo entero murió. La vida desapareció. Se hizo el silencio. No sé quién fue el último.


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