La nieve se había derretido ya
cuando la gente comenzó a hincharse; les había sobrevenido el edema del hambre:
rostros inflados, piernas como cojines, agua en el vientre, se orinaban todo el
rato encima, no les daba tiempo para salir a hacerlo fuera. ¡Y sus hijos! ¿Has
visto en los periódicos los niños en los campos alemanes? Idénticos: cabezas
peladas como balas de cañón, cuellos delgados de cigüeña, en las manos y en los
pies se veía cómo se movía cada huesecito por debajo de la piel, esqueletos
envueltos en piel, una gasa amarilla. Niños con caras envejecidas,
atormentadas, como si llevaran en el mundo setenta años, y hacia la primavera
no tenían ni siquiera cara, más bien la cabecita de un pájaro con su piquito.
Algunos campesinos habían
enloquecido, sólo hallaban paz en la muerte. Se les reconocía por los ojos,
brillantes. Estos eran los que troceaban los cadáveres y los hervían, mataban a
sus propios hijos y se los comían. En ellos se despertaba la bestia cuando el
hombre moría en ellos. Vi a una mujer, la habían traído bajo escolta al centro
del distrito. Su cara era la de un ser humano, pero tenía los ojos de lobo.
Dicen que a estos, los caníbales, los fusilaron. Pero ellos no eran culpables;
culpables eran los que llevaron a una madre hasta el extremo de comerse a sus
hijos. Pero ¿crees que se puede encontrar aI culpable? Ve y pregunta. Era por
hacer el bien, el bien de la humanidad, que llevaron a las madres hasta ese
punto.
Entonces lo comprendí: todos los
hambrientos son, en cierto sentido, caníbales.
Consumen su propia carne, sólo
les quedan huesos, devoran su grasa hasta el último gramo. Luego se les
enturbia la razón: también se han comido el cerebro. Se han devorado por
completo. Conocí a una mujer, tenía cuatro hijos. Les contaba cuentos para que
se olvidasen del hambre, aunque apenas podía mover la lengua; los cogía en
brazos, aunque no tenía fuerza para levantarlos. Y es que el amor vivía en
ella. La gente se dio cuenta de que allí donde vencía el odio, morían más
rápidamente. Aunque el amor tampoco salvó ninguna vida. El pueblo entero murió.
La vida desapareció. Se hizo el silencio. No sé quién fue el último.
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