Antes, en verano, subían los boy scouts al monte Quarzerone. Aparecían en Forravalle de repente, como bandadas de aves migratorias.
Llegaban de los alrededores, de
la costa y del otro lado de los Apeninos, llegaban a la región de la Lunigiana,
esa tierra de nadie que no se parece al resto de la Toscana y ya es en parte
Liguria, con sus propias hablas. Según los lingüistas, eran dialectos
emilianos, aunque, cuando se les decía a los lunigianeses, estos se encogían de
hombros y replicaban: «Hablamos como hablamos».
Unas veces solo eran chicos,
otras solo chicas, más raramente iban chicos y chicas. Se apeaban del autobús
delante de la barrera del lavadero. En la explanada de tierra los esperaba un hombre
de unos cuarenta años, de nariz aguileña, al que en el pueblo llamaban Gheppio,
aunque para ellos era Elio Gornara, el subinspector de la guardia forestal, que
los llevaba con su todoterreno verde al lugar de acampada.
Gheppio se empeñaba en recibir a
los visitantes porque quería asegurarse de que fueran bien equipados e
instruirlos en los peligros del monte. La gente iba al Quarzerone como si tal
cosa y los boy scouts no eran una
excepción, pese a que, según su lema -«Estate parati»-, se supone que siempre
iban preparados.

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