Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 1.581. AHORA Y EN LA HORA / HECTOR ABAD FACIOLINCE


Cansa ya que se diga que la vida es un viaje o una escondida senda llena de caminos no trazados que sin pensar uno toma, errático y sin rumbo. Sin embargo, aunque canse, que la vida sea un viaje no es del todo mentira, por corto que sea o por mucho que se extienda. De su longitud, al nacer, no sabemos nada, ni tampoco en esa adolescencia que intenta adivinar el futuro leyéndose en la mano la línea de la vida. Todo viene a saberse tan solo con el paso del tiempo, si uno se muere pronto o tarde, si padece accidentes, si tiene enfermedades o si lo matan antes. A algunos nos llega un momento de la vida, cuando esta se alarga lo suficiente, en que podemos saber que el propio viaje no será corto. Tengo la misma edad, sesenta y cinco años, que tenía mi padre cuando lo mataron. En ese año, 1987, yo tenía veintiocho, y aunque él no me parecía viejo, tampoco podría decir que me parecía joven. Mi papá llevaba casi un lustro diciendo que ya había vivido suficiente y que se podía morir tranquilo en cualquier momento. Mi madre, en cambio, se murió de mal de arrugas, encorvada como un tres, como decía el poeta Pombo, a los noventa y seis años, pero ella nunca tuvo suficiente vida. Quería siempre más; anhelaba llegar, como mínimo, a los cien años.


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