INTRODUCCIÓN de Brian Mcguinness
Aunque para muchos Ludwig
Wittgenstein sea un enigma—no sólo algunas de sus ideas, por ejemplo que «El enigma
[del mundo] no existe» (Tractatus 6.5)—, al menos es posible hallar una clave
de ese enigma en un concepto que, no por casualidad, era decisivo para él, a
saber, el de «parecidos de familia». Lo entenderemos mejor si en vez de
buscarlo en las categorías que lo definen, nos fijamos en ciertos rasgos que se
repiten aquí y allá, si bien combinados de distintos modos en un determinado
grupo y, en este caso en particular, en su familia, concretamente entre sus hermanos
y hermanas. La de Wittgenstein fue una familia que, gracias a su riqueza y su
autoconfianza, consiguió crear un mundo propio, junto con un sistema de subsistencia,
valores y clientela (en el sentido que el término tenía en la Roma antigua):
personas muy diversas—pintores, músicos, estudiantes, amigos y conocidos de
toda índole— fueron invitadas, protegidas o empleadas, en una palabra, integradas
a su medio. Wittgenstein introdujo a sus amigos—entre otros, Engelmann, Ludwig
Hänsel y Koder— en ese círculo y, por regla general, se convirtieron también en
amigos y protegidos de todos los miembros de la familia. Él mismo debía al
medio familiar algunas amistades, y al menos en una ocasión conoció en ese
círculo a una amiga a la que amó. Ludwig se crio en el ethos familiar—y se atuvo
a él—de elegir siempre el camino más difícil y la intolerancia (cuanto más
cercanos los familiares, más acentuada) hacia todo lo que se considerase
debilidad moral.

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