Triste tigre, Neige Sinno, p. 143
Para una antigua víctima es demoledor
ver un documental como ese, que se pone del lado de la humanidad de los maltratadores. La víctima
es abstracta en la película porque está ausente de la imagen y del escenario.
No tiene voz. Aparece poco en los discursos de los detenidos, que, al mencionar
su crimen, lo llaman un «error», incluso una «estupidez». Hablan sobre todo de
su culpa, de su idiotez, de lo mal que se sienten. Dicen que entienden que lo
que hicieron fue grave, pero nunca hablan de ello de forma concreta. Ninguno de
ellos admite haber violado a un niño, a una niña, a varios, en más de una
ocasión, a veces durante años, lo que es, sin embargo, la razón por la que
fueron condenados.
Probablemente sea normal que no
puedan afrontar la gravedad de sus actos. Si pudieran hacerlo de verdad, se
suicidarían. Que creo que es la única salida honorable para un violador de
niños. Morir de vergüenza. Pero no, no se suicidan (son las víctimas de violencia
sexual en general las que se suicidan, no los maltratadores); reclaman su
derecho a una segunda oportunidad. Y nosotros, la sociedad, que los condenarnos
a una larga pena de prisión, optamos por creer que deben tener derecho a esa
segunda oportunidad, ya que la condena un día llega a su fin. Su deuda está saldada.
Pueden salir.

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