Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

EL MONUMENTO A PASOLINI


Manual corsario, PP Pasolini, p. 404

El lugar donde mataron a Pasolini es, de verdad, deprimente. No está en la misma playa, como yo había supuesto, sino en una parcela vallada junto a la carretera, en un páramo rodeado de suciedad, basuras y hierbas secas que es la viva imagen del olvido. Un lugar para morir como un perro. Y en cuanto al monumento, tampoco es una estatua del autor de Poesía en forma de rosa, que era lo que yo esperaba encontrar, sino una obra abstracta formada por un círculo, un saliente curvo que lo mismo podría ser una asta de toro que una hoz, y una peana, todo ello de cemento rugoso y pintado de blanco. No hay ninguna inscripción, ningún verso de Las cenizas de Gramsci o Transhumanar y organizar, ninguna sentencia recortada de sus novelas, sus ensayos o sus películas. Nada, absolutamente nada. En resumen, que aquella tierra baldía era ninguna parte, el sitio idóneo para acabar con alguien a quien todo el mundo deseaba ver muerto.

Porque allí, cerca de la feísima playa de Ostia, en ese espacio tan anodino y tan desdeñado que constituye parte de la nada, resulta que a Pier Paolo Pasolini, aquel hombre a quien tantos querían eliminar, no lo mató nadie. O lo mató un don nadie, un chapero, uno de esos individuos que la sociedad considera simple escoria, gente tan despreciable que cuando comete un crimen contagia a sus víctimas, las transforma en parte del delito. ¿Quién mató a Pasolini?, se preguntaron muchos, y la respuesta más general fue: sus propios vicios. Así, el asesinato del autor de Teorema ultimó su descrédito. A partir de ahí, empezó la leyenda, que se parece a aquel ángel de un relato de Borges que volaba a la vez hacia Oriente y Occidente porque es, al mismo tiempo, hermana gemela de la verdad y de la  mentira. Las leyendas son el antídoto de los hechos.


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